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Columna
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La orquesta y el director

Decía el gran Arturo Soria y Espinosa en su libro El labrador del aire que 'frente a la disciplina militar, la disciplina orquestal'. En todo caso, la disciplina actúa como un catalizador cuya presencia es necesaria para hacer posible una reacción en la que sin embargo no interviene. Así sucede también en los equipos humanos empeñados en una tarea, porque los mismos sumandos individuales resultan dar como resultado una suma diferente, inferior o superior, según actúen al unísono o lo hagan de manera descoordinada.

En la esfera militar, el paso decisivo que lleva de la horda a la unidad combatiente merecedora de ese nombre se produce como efecto de la disciplina. En la música melódica, también. Claro que, según la estimación de algunos, la más elevada expresión de la disciplina es la del ámbito castrense, mientras que nuestro Arturo Soria sostiene con acierto que la superioridad en esta escala corresponde a la disciplina orquestal, basada en la voluntad de concertar, en vez de en el temor a ser pasado por las armas.

La selección española de fútbol acaba de proclamarse campeona de Europa en el estadio del Prater de Viena y el éxito de la roja ha sido celebrado por todo lo alto. Enseguida atenderemos a los modos que ha ofrecido la celebración sobre el césped, en los vestuarios, en el aeropuerto de Barajas, en la plaza de Colón, en el palacio de la Zarzuela y en el de la Moncloa pero, antes, señalemos cómo han visto el fenómeno futbolístico español algunos medios de prensa más sesudos.

El diario francés Le Monde y el semanario británico The Observer han señalado cómo el fútbol ha sido revelador de un sentimiento de unidad que subyace a las epidermis nacionalistas características de algunas comunidades autónomas. Porque ha servido para promover un nuevo orgullo en el que todos pueden coincidir, sin menoscabo de compatriota alguno por grandes que sean las diferencias sociales, económicas, políticas, religiosas o de cualquier otro orden que les separaran.

El Financial Times subraya el sentido unificador de la victoria de la roja y el International Herald Tribune titula Spain is finally the pride of Europe y califica de majestuosa una victoria que se produjo en presencia del rey Juan Carlos.

O sea, que los campeones han pasado la barrera del sonido, o mejor del silencio, y han logrado enviar una señal con gran impacto sobre una galaxia por completo ajena a la que les es propia.

En cuanto a las celebraciones, que han podido seguirse a través de las imágenes de televisión, debe aceptarse que se han atenido a unas pautas muy limitadas dentro de un género donde siguen sin registrarse progresos. La celebración también en este caso ha mostrado una tendencia a desplazarse hacia la ebriedad y hacia el derroche sin sentido, con el concurso preferente de vinos espumosos, tipo champán y cava, cuyas botellas agitadas convenientemente terminan por estallar en surtidores con los que unos, ya en paños menores, bañan a otros, mejor aún si todavía están formalmente vestidos. A esta naumaquia se le añaden los gritos jubilares que el grupo tenga adoptados como propios y los que como el de ¡campeones! proclaman el éxito conseguido, repetidos hasta enronquecer y acompañados con brincos más o menos acompasados. Los escenarios sucesivos fueron el césped, sobre el que habían consumado su victoria, y el vestuario, que perdió el carácter de sanctasanctórum para admitir al rey Juan Carlos y otras personalidades, que cumplían, sí, un rito exclusivo equiparable al de felicitar a los actores en su camerino.

Luego vinieron los encuentros con los enfervorizados seguidores, calentados durante horas por los medios, en especial por las emisoras de radio y televisión. Los vencedores se alzaron sobre los andamiajes preparados por un ayuntamiento solícito para contribuir al espectáculo. Fue el momento de la conexión entre los héroes y las masas, que siempre se sustancia con apelaciones elementales, ofrecimientos ingenuos y rugidos ensordecedores.

Pero volvamos al principio, el de la orquesta y su director. A Luis hay que hacerle un reconocimiento por separado y muy especial porque no se dejó vencer el pulso por la prensa y supo hacer un grupo integrado con impecable disciplina orquestal. Aceptemos que el director siempre marca la diferencia.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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