Tarifas que alumbren el coste
Desde ayer nada es igual en el sistema tarifaria eléctrico: han desaparecido de un plumazo tanto el precio bonificado industrial para las empresas como el incentivo del consumo nocturno para las familias. El sistema de tarificación del consumo eléctrico comienza a acercarse así a un modelo racional, que retribuye más que antes el coste de producción y distribución, y tiende a eliminar ese creciente déficit tarifario que hasta ahora se cargaba a la financiación futura, como si de una hipoteca se tratase. Este año, tal como evolucionan los costes de generación eléctrica, el desajuste con la factura abonada por la clientela acumulará un déficit de 13.000 millones de euros, cantidad que puede llegar a 26.000 en 2012 si no media cambio normativo alguno.
Pero el Gobierno, estimulado filosóficamente por la Comisión Nacional de la Energía (CNE), quiere acabar con un mecanismo de fijación de precios artificial en el que es la carga de la deuda pública la que soporta, con financiación aplazada, el consumo bonificado de energía eléctrica, por un lado, y unas cuentas de resultados de las eléctricas y la masiva distribución de dividendos a sus accionistas, por otro. Así, Industria ha reajustado la tarifa que está en vigor desde ayer, de tal forma que vaya absorbiendo el citado déficit tarifario por la doble vía de aflorar el coste oculto y reducir el consumo no justificado.
Siguiendo, sólo en parte, la recomendaciones de la CNE, Industria ha elevado el precio final para los consumidores un 5,6% en la segunda subida de este ejercicio -más del 11% en lo que va de año- y hará un nuevo ajuste del precio final en enero. Si ahora sólo ha elevado el componente energético de la tarifa recogida en el recibo -que pasará a ser mensual-, en enero de nuevo este componente, que recoge el alza de las materias primas fósiles que se utilizan mayoritariamente en la generación, así como el de acceso, que provocará un avance muy superior. Por el camino han desaparecido privilegios como la tarifa nocturna, o la industrial, que puede costar incrementos de más del 20% de los usuarios, con la única compensación, más crematística que otra cosa, de una tarifa social que muy pocas familias podrán aprovechar por su escasa potencia.
Las empresas de generación tienen que atender en parte la demanda de los grandes consumidores industriales en los que la energía es prácticamente una materia prima. En caso contrario, los nuevos costes aflorarán en segunda ronda en precios industriales, y de ellos al consumo, tensionando una tasa de inflación ya poco tolerable. En todo caso, no debe tener marcha atrás la liberalización ni la afloración del coste en la tarifa final, porque las trampas en el solitario son ejercicios de estupidez financiera que siempre terminan aflorando en el debe del jugador.
Pero el Gobierno debe establecer con nitidez la política energética para el futuro. Y hacerlo sin pasar el cepillo para costear un déficit pretérito mientras se genera uno nuevo con un sistema poco defendible de incentivos a la energías renovables, más caras e ineficientes que las de origen fósil. Todo ello, además, cuando en paralelo se depende del cable tendido a Francia para traer energía de origen nuclear sólo por un apriorismo ideológico que puede resultar demasiado caro.