Sarkozy toma las riendas de la UE
Francia asume mañana, por duodécima vez en 50 años, la presidencia semestral de la Unión Europea. Y lo hace en un momento especialmente delicado, tanto desde el punto de vista económico -turbulencias financieras y escalada del precio del petróleo- y social -crisis alimentaria-, como institucional -el no de Irlanda al Tratado de Lisboa-. Al presidente francés, Nicolas Sarkozy, el mandato comunitario le sorprende, además, en las horas más bajas de su popularidad y abrumado por una economía nacional que no termina de despegar.
Todas esas dificultades, sin embargo, no deben impedir que París dé un poderoso y necesario impulso a la Unión Europea en materia de reformas económicas, política energética e inmigración. Para Sarkozy supondría su esperada reválida como líder internacional, más allá de los frecuentes chisporroteos de sus iniciativas, tan espectaculares como de corto recorrido.
El punto de partida de Sarkozy, no obstante, resulta tan inquietante como su habitual ambivalencia entre las reformas y el inmovilismo. El propio lema de la presidencia, Proteger Europa, apela más al temor de un continente a la globalización que a la esperanza de aprovechar el nuevo escenario mundial para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de la Unión.
La misma línea sigue el Pacto de Inmigración que Sarkozy espera cerrar en la cumbre europea del mes de octubre. Los primeros borradores del texto apuntan a un excesivo énfasis en los puntos negativos de un fenómeno que, en términos generales, beneficia a la UE. El presidente de la patronal europea, Ernest-Antoine Seillière, le ha recordado por escrito al presidente francés, en nombre de miles de empresas europeas, que 'la inmigración ayuda a Europa a hacer frente a su declive demográfico y a una importante penuria de mano de obra cualificada'.
El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha convertido en el principal aliado de Sarkozy en materia de inmigración, tiene que velar para que el necesario pacto no suponga la aplastante victoria de políticas xenófobas y proteccionistas. Zapatero y el resto de socios comunitarios tampoco deberían permitir que Sarkozy imponga una impronta indeleble en la futura reforma de la Política Agraria Común (PAC) o en las negociaciones de la ronda de Doha para la liberalización comercial. En esta era de la globalización, las economías que se cierran acaban perdiendo ante las más abiertas y ágiles, como está demostrando el sorpasso de España a Italia en términos de PIB per cápita.
El éxito de Francia en todo caso, dependerá de la capacidad de Sarkozy de atemperar sus impulsos y buscar la concertación con el resto de líderes, muy en especial, con la canciller alemana, Angela Merkel. El francés ya ha tendido puentes, reduciendo la ambición, como pidió Berlín, de la Unión por el Mediterráneo, y poniendo en sordina, de momento, sus críticas al Banco Central Europeo. La primera prueba de fuego para Sarkozy será la respuesta comunitaria a la escalada de los precios del petróleo y de los alimentos. En ambas materias, Sarkozy debe olvidarse de los cantos de sirena de medidas fiscales y luchar por cerrar ambiciosos acuerdos de liberalización de los mercados.