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Columna
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Budweiser se defiende

Finalmente, Anheuser-Busch ha respondido a la oferta en efectivo de Inbev por 46.500 millones de dólares o 65 dólares la acción. Pero la defensa del rey de la cerveza probablemente fracase.

Consideremos cuánto vale por sí misma la cervecera de Budweiser. Valorando su negocio principal, el de la cerveza, en línea con Heineken o SABMiller -alrededor de 8,5 veces los ingresos estimados de 2008 antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización-, el valor de la compañía es de 29.000 millones de dólares.

Añadamos a eso su participación en la mexicana Modelo. La atrevida parte de Bud, de 10 veces el Ebitda, está valorada en 11.000 millones de dólares. En una discutida subasta podría atraer 13.000 millones. Una participación del 27% en la china Tsingtao, que cotiza públicamente, añade alrededor de 1.000 millones más. También tiene otros dulces. Los parques temáticos de Bud, incluyendo SeaWorld, estarían valorados en 3.300 millones si se calcula con respecto a su rival, Six Flags. Luego está el negocio de los envases, valorado en 1.500 millones, según Lehman Brothers. Sumémoslo, y todo el reino vale cerca de 48.000 millones de dólares.

Pero tiene otras palancas con las que empujar. Una es la de su programa para el ahorro de costes, con el cual planea recortar 1.000 millones hasta 2010, lo que supone un poco más de 300 millones al año. Estos ahorros podrían valer para los inversores unos 3.000 millones de dólares al cambio actual. Amontonándolo sobre los 10.000 millones de deuda extra, como Inbev planea hacer, podrían producir unos intereses y deducciones fiscales de otros 3.200 millones.

Si deducimos 9.000 millones de deuda neta, el valor justo se queda por debajo, en cerca de dos dólares la acción, de la oferta de 65 dólares el título realizada por la cervecera belga-brasileña. Para los accionistas de Bud, la compañía no es una alternativa interesante. Se trata de una cifra baja y ya calculada generosamente.

Sin embargo, puede ser suficiente para dar a Bud algo con lo que negociar. Probablemente, Inbev estaría encantado de encontrar unos pocos dólares más antes que volverse hostil, como amenaza ahora. Un trato más dulce y pactado les daría a los inversores de Bud motivos para levantar una jarra helada en la celebración. Por John Foley y Lauren Silva

Ralentización irlandesa

Hay voces de recesión en Irlanda. La economía se contraerá un 0,4% este año, según el Instituto de Investigación Económico y Social. Los precios de la vivienda están cayendo. Puede haber emigración neta después de años de inmigración. Las perspectivas económicas están en su peor momento desde principios de los años ochenta. Pero la economía de hoy se ha transformado respecto de la de hace una generación. Irlanda ya no es un país subdesarrollado. Es próspera, un vecino al nivel de los países ricos de Europa.

El logro irlandés es asombroso. Estaba muy atrasado y se ha puesto al día. Los miles de millones de euros del fondo de desarrollo regional europeo de la UE han ayudado, ciertamente, pero el buen gobierno en el país también merece mucho crédito.

En los primeros ochenta, Irlanda tenía un subdesarrollo de décadas, quizá de siglos. Pero los políticos del país respondieron. El impuesto sobre sociedades se recortó al 10%, animando la inversión. La Irlanda de habla inglesa se convirtió en una buena base europea para EE UU y las firmas japonesas. El irlandés lo capitalizó invirtiendo en la educación.

La adopción del euro reforzó el atractivo del país y trajo una divisa sólida y tipos de interés mucho más bajos que antes. Se produjo un boom inmobiliario. Ese auge es ahora la vulnerabilidad de su economía. Los precios se elevaron demasiado porque los tipos, convenientes para un lento crecimiento como el de Francia y Alemania, han sido demasiado bajos para el crecimiento rápido y la alta inflación de Irlanda.

Ahora toca recuperar la inversión. El Gobierno, cuyas arcas se han llenado con impuestos sobre la construcción y la vivienda, tendrá que recortar el gasto público fuertemente en una economía que se ralentiza. Otra amenaza es la deslocalización de los servicios a los países donde está mucho más barato el trabajo, como India.

La isla debe aprender a hacer frente a su nueva riqueza y a las restricciones impuestas por una moneda única. Mantener la carrera con los países ricos es un desafío diferente al de perseguir a los de arriba. Pero, dada la extensión y la velocidad de la transformación del país, la economía parece con menos aliento de lo que se esperaba. Los problemas económicos de Irlanda parecen menos serios que los de Reino Unido y palidecen al compararlos con el atraso de hace apenas unas décadas. Por Ian Campbell

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