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A fondo

A Kroes se le atragantan las fusiones

Qué le pasa a Neelie Kroes? La pregunta recorre como un reguero de pólvora los círculos comunitarios especializados en derecho antitrust. ¿Por qué tarda tanto la comisaria europea de Competencia en autorizar fusiones que no plantean ningún problema? ¿Ha cogido miedo al Tribunal de Justicia europeo? ¿Carece su departamento de la especialización necesaria para analizar unas operaciones cada vez más complejas desde el punto de vista económico y tecnológico? ¿O presta demasiada atención a las previsibles quejas de los competidores de las empresas que quieren fusionarse?

Nadie parece tener la respuesta definitiva. Y las valoraciones oscilan desde la comprensión amable hacia la voluntad de Kroes de sopesar todas las variables en una fusión hasta el encono de quienes consideran que se está dilatando innecesariamente la revisión de operaciones inofensivas.

Google y el fabricante de aparatos de navegación por satélite (popularmente conocidos como GPS) Tom Tom figuran entre las multinacionales que han sufrido recientemente el escrutinio en profundidad del equipo de Kroes (por la compra, respectivamente, de DoubleClick y TeleAtlas). Después de largos y costosos meses de negociación, Kroes concluyó en ambos casos que las operaciones no suponían peligro alguno para la competencia ni para los consumidores. Las autoridades de EE UU, curiosamente, necesitaron mucho menos tiempo para llegar a la misma conclusión.

Google y Tom Tom han sufrido la lentitud de la CE

El hecho de que ambas operaciones fueran entre empresas tecnológicas puede hacer pensar que, quizás, la dirección general de Competencia tiene dificultades para calibrar la hipotética evolución de esos mercados. Pero las mismas dudas (o precaución, según quien lo juzgue) han atenazado a la Comisión en un sector tan tradicional como el de los astilleros. Bruselas necesitó casi seis meses para autorizar a los constructores coreanos de cruceros STX la compra de sus rivales noruegos Aker Yards. La operación le pareció finalmente tan benigna al equipo de Kroes que, como en el caso de Google y Tom Tom, no impuso ninguna condición.

Algunos especialistas atribuyen estas vacilaciones al pánico de la CE a que el Tribunal de la UE revoque sus dictámenes.

Ese miedo escénico parece haber crecido desde que los más diversos actores aprovechan el proceso de autorización de una fusión para intentar frustrarla. En cuanto aparece alguna queja, se comenta entre los abogados, la CE se cura en salud y abre una investigación de 90 días hábiles conocida en la jerga legal como 'segunda fase'. Y la lista de posibles intervinientes se está ampliando. En las últimas operaciones se han hecho oír, además de los consabidos rivales, asociaciones de consumidores, grupos de defensa de derechos civiles y hasta el Parlamento europeo.

Otros observadores, sin embargo, consideran positivo que la 'segunda fase' haya dejado de ser la antesala dramática de una prohibición o una autorización con condiciones durísimas. Las seis fusiones que Kroes tiene en estos momentos en esa fase sin duda celebran esa posibilidad de salir indemnes. Casi tanto como sus abogados cuando les pasen la minuta de cinco meses de asesoramiento. A las empresas siempre les quedará la duda de si podían habérsela ahorrado con una comisaria más decidida.

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