Buscar protección ante la inflación
Las variables estables que hace dos o tres años mantenían una especie de círculo virtuoso para el crecimiento y la inversión han comenzado a flaquear de forma encadenada, hasta el punto de que están en riesgo el aumento de la producción, el empleo y los rendimientos del capital. La explosión de la burbuja financiera cebada por la liquidez ingente de los mercados y las revalorizaciones insostenibles de los activos inmobiliarios en cada vez más zonas del mundo han puesto en revisión todos los fundamentos económicos y financieros, con la amenaza de una crisis global.
La dilatada duración de la crisis financiera está forzando a sucesivas revisiones de los escenarios de actividad en el mundo, presionados en paralelo por los crecientes desequilibrios externos de Estados Unidos, que arrastran a precios desconocidos a la que aún es la divisa refugio en el mundo y al petróleo. Pero, cuando los obstáculos financieros dejen ver la luz, nos toparemos con una claridad relativa, condicionada por uno de los problemas de más difícil solución para la economía: la inflación. Un mal que debilita sistemáticamente las rentas de los inversores y consumidores, y cuya batalla está dificultada en este caso por la debilidad del crecimiento, la temida estanflación.
La aparición compulsiva de las tensiones inflacionistas ha provocado, de hecho, dos maneras bien diferentes de enfrentarse a la crisis financiera mundial. Estados Unidos ha hecho abstracción de la inflación y ha primado el estímulo al crecimiento con bajadas de tipos muy severas, acompañadas de otras decisiones para aliviar la falta de liquidez y evitar la quiebra bancaria (inyecciones de dinero contra colaterales de dudosa solvencia). Pero Europa no ha perdido el norte y mantiene la inflación en el centro de la diana: inyecta toda la liquidez que sea precisa, pero no baja los tipos de interés (en el 4%) para no sobreestimular la demanda y con ella los precios. El BCE ha soportado las críticas de los políticos y los mercados, pero seguramente su buen criterio logrará que la recuperación del crecimiento en Europa sea más prolongado y más sano cuando escampe.
Entonces lo agradecerán todos los agentes económicos, desde los trabajadores hasta los consumidores y desde los inversores hasta los rentistas. Porque no hay peor enemigo de las rentas, sean del origen que sean, que la inflación, que lenta pero ininterrumpidamente les resta poder de compra. Mientras tanto, todos los agentes, y el Gobierno, deberían conjugar sus decisiones para que los precios aflojasen cuanto antes, y buscar fórmulas imaginativas para que la mordida de los precios fuese lo menos abultada posible.
Los inversores disponen de un amplio catálogo para sortear la pérdida de rentabilidad provocada por la inflación, pero siempre con márgenes pequeños. Cuando el índice de precios se sitúa en una media anual superior al 4%, hay que atinar certeramente para que el retorno del dinero sea superior. Los depósitos a plazo, la deuda a corto, la inversión en Bolsa en empresas de contrastado dividendo, algunos fondos inmobiliarios patrimonialistas, o apuestas de inversión en países emergentes son las soluciones hasta que el fantasma de la inflación vuelva a esconderse en su lámpara.