La Premier League
Mis amigos futboleros dicen que no tengo ni idea del asunto del balón, y es cierto. Ser bético, como un servidor, es un sentimiento y una filosofía de vida, pero, afortunadamente, no supone estar en posesión de un título de entrenador, aunque el señor Ruiz de Lopera crea lo contrario. En fin, a lo que vamos: mis amigos lamentan que la famosa Liga de fútbol española, la mejor liga del mundo como se la llamó en tiempos, sea una castaña comparada con la Premier League, la primera división del fútbol inglés. Debe de ser cierto esto que dicen los entendidos porque, al hilo del reciente partido Liverpool-Arsenal, leo una crónica de la siguiente guisa: 'Comparar lo de anoche con lo que se vive cada día en la Liga española es como mezclar las obras escogidas de Dan Brown con un texto de Shakespeare. Se trata de dos deportes diferentes'. Jesús Alcalde dixit.
Los que no son críticos/periodistas deportivos, es decir, los que hablan de fútbol tomando el mañanero café, jugando una partida de mus o aprovechando los resquicios en el trabajo sin la presencia del jefe, comentan que, frente a la española, los partidos de la liga inglesa están llenos de pasión, de fuerza y garra; que los futbolistas corren, ponen interés, se esfuerzan por hacer bien su trabajo y que, además, se les nota. En consecuencia, la afición que acude en masa a los campos de fútbol en Inglaterra generalmente se divierte, que es de lo que se trata. En España, por el contrario (y eso dicen los sabios en estos menesteres), más allá de la pasión por los colores que siempre disfraza o disculpa las carencias, los partidos de fútbol son un rollo y los jugadores unos chuflas acomodados que, además de creérselo y presumir, ganan mucho dinero, trabajan muy poco y se esfuerzan menos. Ya no tenemos ni furia española, que parece haberse marchado con los triunfantes futbolistas españoles que han emigrado a Inglaterra.
Mutatis mutandi, en el mundo de los negocios y el management ocurre algo parecido. Hay empresas y empresas, y no me refiero sólo a España. Nos privamos igualando palabra y realidad, y hasta nos creemos que con hablar incesantemente de cosas (políticas de recursos humanos, formación, responsabilidad social de la empresa, comunicación ), eso les hace existir en el seno de la empresa. No es así, aunque las apariencias siempre engañan. Como dice mi amigo Luis Meana, 'buena parte del blablablá humano que se oye tiene en su raíz un propósito cosmético de las organizaciones'.
Yo añadiría que ese propósito cosmético es, por humano, inevitable pero corregible, y seguramente una de las principales tareas que los directivos tienen que acometer es que el discurso empresarial se ajuste a los hechos, que la habitual disonancia decir/hacer no se instale con normalidad en las organizaciones, y que la sima aberrante entre discurso oficial y práctica real de las cosas se achique cada año y que el hombre aprenda a ser persona, como proclama Husserl, en entidades humanas 'vinculadas generativa y socialmente'. Es decir, en grupos, comunidades, naciones, y también en empresas.
Vivimos momentos de gran trascendencia histórica, más de intemperie que de protección, y el hombre, como la propia empresa, está obligado a buscar la perfección. Aunque nos parezca inalcanzable, siempre hay un horizonte más allá, y cada día una posibilidad de crecer. 'El hombre sólo puede ser persona por la educación. æpermil;l no es más que lo que la formación hace de él', dice Kant.
Naturalmente, nos empeñamos en lo contrario. Por ejemplo, y hablando de responsabilidad social y de su creciente demanda a las empresas, no sé si convendría preguntarse si los que más exigen son también, como personas, los más responsables y, además, practican. Muchas veces vemos la viruta en los ojos ajenos pero no la viga en los nuestros, y es muy fácil criticar a nuestros jefes (con razón en muchos casos) o las políticas empresariales de recursos humanos cuando, por el contrario, cada día damos mal ejemplo con la propia asistenta de nuestra casa, a la que tratamos con desprecio; o permitimos que el agua de nuestro grifo corra sin cesar (y sin necesidad) cuando los pantanos están bajo mínimos, o cuando predicamos sobre sostenibilidad sin reciclar las basuras de nuestra casa, o ponemos la calefacción a tope, o conducimos nuestro coche con una copa de más, o nuestro compromiso social brille por su ausencia...
Siempre me ha preocupado eso de que los humanos necesitamos estar motivados para hacer cosas. Me inquieta esa afirmación porque hacer bien su trabajo o la tarea de que se trate es la obligación de cada quien, y no caben excusas. Para eso nos pagan y para eso, además, tenemos que prepararnos. Deberíamos ser capaces de introducir en nuestra vida personal y laboral, frente a los vaivenes motivadores del corazón y de los volubles sentimientos, conceptos tan antiguos como cumplir con nuestro deber, algo que se olvida con demasiada e inusitada frecuencia. Al final, como escribe Saramago, 'somos cuentos de cuentos, contando cuentos, nada'.
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre