Trichet y el motín de la Bounty
Para bien o para mal, el Banco Central Europeo es poco dado a las sorpresas, y sus decisiones suelen ajustarse al guión. No es, desde luego, un organismo que guste de provocar revulsivos bursátiles con movimientos agresivos de tipos fuera de fecha. Ni tampoco, como ha demostrado, se pliega a las exigencias del mercado.
Son formas de actuar que diferencian al Banco Central Europeo de la Reserva Federal estadounidense, cuyas decisiones, así como más dinámicas, tienen a veces un halo hollywoodiense encaminadas a dar un espectáculo capaz de generar una reacción en el público, esto es, el mercado. Porque en una situación de incertidumbre como la presente, son más los gestos que las palabras lo que avizora el mercado para tomar sus decisiones.
Los analistas parece que se han dado por vencidos. Las furibundas críticas que recibía el BCE por no rebajar los tipos como la Fed se van difuminando y dan paso a una suerte de resignación. El horno económico no está para bollos, y antes o después Trichet tendrá que bajar los tipos. Así que el mercado analiza los mensajes que emanan de la institución europea y especula con el momento de la próxima rebaja, calibrando sobre una balanza las expectativas de inflación y crecimiento que maneja el organismo. Si el mensaje se escora más hacia las tensiones inflacionistas que hacia las preocupaciones de crecimiento, cabe esperar un retraso. Si es al contrario, los inversores se animan porque los tipos podrían caer antes que después. Pero, al final, el cometido del BCE es el control de los precios.
En 1789, a bordo de la Bounty, el capitán William Bligh sufrió un motín, obsesionado como estaba por mantener con vida el árbol del pan, una planta que debía transportar de Tahití al Caribe para alimentar a los esclavos de la Corona Británica. Pero en el empeño por cumplir con su tarea descuidó las necesidades de la tripulación, que terminó por rebelarse. Las reglas están para ser cumplidas, pero la ortodoxia extrema a veces es contraproducente.