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Tribuna
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Osos negros

La quiebra de Bear Stearns era algo predecible, al igual que la propia crisis 'subprime', según relata el autor, que considera que la postura de que era algo imprevisto es muy peligrosa, pues permite que se produzca una cierta impunidad de los responsables reales.

Todos hemos ya oído hablar de los famosos Cisnes Negros. De hecho, es probable que el término popularizado por Nassim Taleb, y la filosofía que representa, se haya convertido en un elemento permanente del mundo financiero. Tal y como dice Taleb, nuestro entorno está cada vez más influenciado por esos sucesos extraños, (previamente) impredecibles, y de alto impacto. Por mucho que valoremos la certeza, lo cierto es que vivimos en gran medida a merced de fuerzas no detectables e irremediables.

Muchos han seguido la moda y se han apresurado a calificar a la crisis actual como un Cisne Negro. En esto, creo que se equivocan. Yo elegiría otro término, pues se trata de un tipo diferente de fenómeno. Déjenme que proponga el siguiente neologismo: Osos Negros. No hay ni que decir que a la hora de imaginar este término alternativo me he inspirado de forma más que modesta en la caída de Bear Stearns, la ex institución legendaria de Wall Street (Bear, por supuesto, significa 'oso').

Qué son los Osos Negros y por qué precisamos de esta nueva nomenclatura? Los Osos Negros están estrechamente relacionados con los Cisnes Negros, pero a la vez son muy disimilares en un aspecto clave. Ambos comparten la característica del impacto substancial (de hecho, los Osos Negros podrían tener un impacto aún mayor que sus parientes plumíferos). Pero, mientras que los Cisnes Negros (11 de septiembre, el crac de 1987, Harry Potter) son totalmente imprevistos, los Osos Negros son razonablemente predecibles y por tanto prevenibles (si uno así lo quisiese). Es decir, es posible evitar que el Oso Negro se materialice mediante acciones previsoras basadas en expectativas razonables. No así con los Cisnes Negros, que son inevitablemente inevitables.

En suma, un Oso Negro sería un suceso que presentaría las siguientes características: sus causas serían esperadas y previamente predecibles, y su impacto sería extraordinario. La Segunda Guerra Mundial sería un Oso Negro (las intenciones de Hitler fueron obvias durante muchos años). El calentamiento global es un Oso Negro (uno querría pensar que todavía hay tiempo para la prevención).

Claramente, la crisis de crédito de 2007-08 también lo sería. Sus causas de raíz (el impago masivo de hipotecas subprime y la masacre en el mercado inmobiliario americano) podrían haber sido esperadas y predichas con un alto grado de confianza. Y después de la caída de Bear Stearns (el quinto banco de inversión norteamericano, definitivamente no una minucia), junto a volatilidad y acontecimientos históricos en una gran variedad de mercados, podemos categóricamente concluir que la crisis ha dejado una huella imborrable en la arena financiera global.

Podemos honestamente decir que ¿esta crisis fue un suceso extraño? ¿Qué nadie lo vio venir? ¿Qué tiene de extraño que personas sin ingresos, sin trabajo, y sin activos no paguen sus hipotecas? ¿Qué tiene de extraño que un boom inmobiliario se transforme en un crac, sobre todo en esa montaña rusa conocida como Estados Unidos? Y ¿qué tiene de raro que se sufran grandes pérdidas en apuestas apalancadas a que ninguno de esos fenómenos se producirían? ¿Podemos considerar dichos fenómenos como improbables e impredecibles? Por supuesto que no. Esto no fue ningún 11 de septiembre.

Cuando los Osos Negros se materializan hay un montón de culpabilidad a repartir. Alguien, en algún lugar, se comportó de forma tremendamente laxa e irresponsable, inexcusablemente fallando a la hora de corregir una situación cuya transformación potencial en una pesadilla era infaliblemente obvia. En tales ocasiones, no podemos echar mano de la conveniente coartada del Cisne Negro: el suceso extraño inexplicable está fuera de nuestro alcance y por tanto no deberíamos ser culpados en exceso por no haberlo anticipado. Los Cisnes Negros no exigen culpables entre los posible previsores. Los Osos Negros deberían exigirlos.

Si la (aparentemente imparable e ilimitada) difusión de las ideas de Taleb es algo bienvenido, existe el riesgo de que su mensaje sea utilizado con excesiva libertad. Siempre que un shock sacude a los mercados, existe la tentación de rápidamente colgarle la etiqueta de Cisne Negro, y por tanto de otorgarle la excusa de la inevitabilidad ('estas cosas pasan, qué se le va ha hacer'). Muchos parecen estar sucumbiendo a dicha tentación estos días. Esto es peligroso, pues ayudaría a legitimar la inacción y no prevención incluso en aquellos casos donde el desastre potencial era inescapablemente aparente. Tal y como la crisis actual muestra, confundir un Oso Negro con un Cisne Negro puede ser un error muy doloroso.

Pablo Triana, Economista y autor de Corporate Derivates

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