Una Bruselas sorda y ciega
La UE debe ponerse manos a la obra', decíamos aquí el pasado 5 de marzo. Una petición derivada de la constatación de que la crisis crediticia e hipotecaria surgida en EE UU está empezando a afectar, como ya admitía entonces la Comisión Europea, a la economía real.
Diez días después de aquel diagnóstico, los líderes de los 27 países de la UE han desperdiciado olímpicamente la ocasión de dar una respuesta firme a las turbulencias en su cumbre de primavera, celebrada los pasados jueves y viernes en Bruselas. El Consejo Europeo ha preferido regodearse en los datos halagüeños de los últimos años (2,9% de crecimiento en 2007, déficit público reducido a la mitad desde 2005 y 6,5 millones de puestos de trabajo creados en los dos últimos años) y reiterar su petición de transparencia en lugar de prepararse contra el contagio de la crisis de EE UU.
La complacencia de la UE resulta especialmente alarmante porque la cita coincidió con el desplome del quinto banco de inversión de EE UU, con el máximo histórico de la inflación en la zona euro, con la vertiginosa caída del dólar y con el petróleo y el oro superando cotas por minutos. Nada de eso perturbó a los líderes comunitarios, ocupados en decidir si el moribundo proceso de Barcelona se rebautizaba como Unión Mediterránea o como Unión para el Mediterráneo.
La ausencia de una respuesta clara, más allá de los mensajes pactados durante semanas de negociación por los diplomáticos comunitarios, denota la falta de cintura del Consejo Europeo ante una coyuntura que se deteriora por momentos. Y revela, como ha advertido recientemente el director del FMI, que el Banco Central Europeo necesita cuanto antes un contrapeso político real que establezca una relación equivalente a la que tienen la Reserva Federal y la Secretaría de Estado del Tesoro de EE UU. Nicolas Sarkozy ya ha propuesto la creación de un Consejo de presidentes de Gobierno de la zona euro. Sería un paso. Porque Europa no puede seguir dando la impresión de que toca la lira mientras sale humo de los mercados financieros.
Los 27 tampoco fueron capaces de consensuar un mensaje común en el delicado tema de la seguridad del suministro energético y en la creación de un mercado único de gas y electricidad. Los principales proveedores y, sobre todo, Rusia, siguen explotando la división de unos socios demasiado proclives a los pactos bilaterales al margen del interés comunitario. Y el pernicioso reflejo nacionalista se repite a la hora de la consolidación empresarial en el sector energético. Todos los líderes apuestan por gigantes europeos, siempre y cuando sea a partir de su embrión nacional. José Luis Rodríguez Zapatero, en su primera cumbre tras la reelección, abogó por superar esa dicotomía y buscar 'sinergias' entre empresas y políticas comunes. Sus palabras, con una posible operación entre Iberdrola y EDF en el horizonte, se prestan a múltiples interpretaciones. Pero en todo caso parece apostar por una plausible reordenación organizada del sector energético europeo. En éste, como en otros muchos temas, Zapatero deberá defender con claridad en el terreno comunitario los intereses españoles. Sin complejos y con una presencia en Europa mucho mayor que en los últimos cuatro años.