Juntos
La herida más dolorosa que sufre la democracia española desde que enterró el franquismo ha vuelto a abrirse de la forma más cruel. El terrorismo de ETA ha segado la vida de Isaías Carrasco, de un ciudadano libre, de un joven padre de familia, de un representante municipal electo, de un trabajador humilde, de un hombre comprometido. Si no fuera porque todo demócrata reprueba cualquier acto terrorista, llamaría más la atención si cabe que los fanáticos pistoleros hayan golpeado en la parte más débil de la cadena institucional de la democracia: un hombre desarmado, sin escolta a petición propia y en presencia de las personas que más le querían. ¡Qué infame cobardía!
ETA sigue viva, aunque esté en el lecho de su terminal autodestrucción. Ha vuelto a aparecer, como los servicios de seguridad temían y pese a la encomiable labor de las fuerzas del orden desmontando cada semana sucesivos intentos de extorsionar la convivencia. Y ha regresado para dejar su macabro sello en pleno desarrollo de una de las más disputadas batallas electorales de los últimos años, con cotas estimadas de participación muy altas.
La política antiterrorista ha sido un asunto protagonista en la legislatura que termina. Pero en las últimas semanas había pasado a segundo plano, dejando paso a cuestiones más ligadas al futuro, al bienestar y al progreso de la ciudadanía. El viernes, sin embargo, estalló en su forma más dramática.
El objetivo de los demócratas españoles debe ser vencer la lacra del terrorismo e instalar la convivencia y la paz en todo el territorio. Las primeras reacciones de los partidos políticos, de sus líderes, de los agentes económicos y sociales apuntaban el viernes en idéntica dirección: los españoles y sus representantes deben estar unidos para derrotar al terror. Han de estar juntos.
Sólo así se le podrá torcer el brazo a los autoritarios violentos para garantizar que no tendrán más futuro que la cárcel; sólo estando juntos, la sociedad recuperará el aliento que las pistolas han vuelto a entrecortar; sólo estando juntos se podrá acabar con esta losa que pesa sobre una de las democracias y economías más prósperas de Europa. Por ello sorprende la actitud del PP, que suscribió el acuerdo de rechazo de la condena a ETA pactado por todos los grupos políticos, pero se empeñó, sin éxito, en incluir dos puntos en el texto: cerrar cualquier posibilidad de diálogo y anular la resolución parlamentaria de 2006 que permite la negociación en ausencia de violencia.
Fisuras partidistas y partidarias al margen, lo evidente es que la imprescindible comunión ante el terrorismo debe estar arropada el domingo por una abrumadora participación en las elecciones. Cada uno con su opción, pero con la seguridad de que la afluencia masiva a los colegios electorales no sólo refuerza la democracia, sino que es el mejor revulsivo para transmitir a los sanguinarios terroristas etarras que no tienen sitio en esta sociedad. Esa masiva presencia en las urnas es el mejor de los argumentos de los electores para exigir unidad inequívoca a sus representantes en las instituciones. Y sólo con unidad podrán garantizar los políticos a sus votantes que el terrorismo se puede combatir mediante la firmeza.