Prejubilados a la fuerza
Acostumbro a viajar todos los años a Togo (África) y le aseguró que desde allí muchos de los problemas que tenemos suenan a risa. La gente no tiene tiempo de deprimirse porque debe procurarse la supervivencia, tampoco debe ocuparse demasiado por el empleo estable porque no existe otro que el uno pueda procurarse en el día. Las prejubilaciones son una utopía, porque no hay previsión estatal para los pensionistas.
No dejo de preguntarme a menudo que si nuestra sociedad es supuestamente más avanzada, allí resulte habitual que alguien mayor ocupe un espacio privilegiado en la comunidad, se siente respetado y cuando habla todos los demás se callan y escuchan, porque probablemente tiene algo que decir. Los africanos poseen una memoria privilegiada y su capacidad de comunicación es muy superior a la nuestra, simplemente porque ellos la utilizan.
Todo eso quiero relacionarlo con el virus de las prejubilaciones que ha infectado a la mayoría de grandes empresas, hemos llegado al extremo de prejubilar a partir de los 50 años, o sea que obsoletizamos de golpe a gran parte de los seniors y, de paso, avanzamos hacia una crisis social de resultados imprevisibles.
Teniendo en cuenta que la esperanza de vida sigue creciendo por el bien de todos, en menos de un decenio nos quedará la otra mitad de la vida para vivir a expensas de la Seguridad Social y, en muchos casos, convirtiéndonos en una carga familiar de efectos tan preocupantes como aquella tía soltera de antaño que tenían adjudicada todas las familias y que, a lo peor, nunca acababa de desengancharse del carro.
La sociedad está asumiendo prejubilaciones con la misma frivolidad que las empresas pero sin pensar en las consecuencias. Mientras para muchas grandes compañías significa un medio para quitar lastre -justificado en algunos casos- relevándolos por carne joven dispuesta a vadearse con casi todo por unos euros, para las arcas públicas puede ser un revés económico importante y no sólo por las pensiones, sino por los gastos de asistencia potenciales a los que se enfrentan. Pues la vejez prematura engendra ocio y éste a su vez trae vicios o enfermedades y la peor es la falta de autoestima, la tristeza, la soledad de este apartheid forzoso, ya que en términos de economía pura jubilado equivale a no productivo.
Tengo amigos a los que les tocó la lotería de la prejubilación con cincuenta y pocos, unos andan mejor que otros pero en general no tienen nada que explicar, viven de sus historias, más que de sus sueños, se refugian en su papel precoz de canguros freelance de sus nietos y llenan las horas añorando lo que podían haber sido y lo curioso es que la mayoría de esta gente posee talento útil que podría poner a disposición de cualquier empresa pues, más allá de la globalización y la velocidad tecnológica, los negocios se siguen haciendo entre empresas y consumidores, o sea, personas como casi siempre.
Dicen en África que 'cuando un viejo se muere es como una enciclopedia que se quema', ya que ellos apenas tienen libros, pero quizás debamos interpretar que la desaparición del talento en muchas empresas significa la pérdida de mucho conocimiento útil que nos va a hacer mucha falta, sobre todo cuando el futuro se presenta tan imprevisible. Quizás deberíamos dejar que la vida siga su curso y no adelantarnos en sus ciclos naturales sólo para mejorar determinados ratios en Bolsa porque no todo tiene precio, especialmente lo que es tan valioso como la felicidad de las personas.
Miquel Bonet Abogado, profesor y consejero de Select