Cambios tributarios menos populistas y más competitivos
Las rebajas de impuestos no es lo único que el sistema tributario necesita para ponerse a la altura de la media de los países desarrollados
Un sistema impositivo, decía el maestro Fuentes Quintana, es siempre un edificio sin terminar. De todas las leyes, las fiscales son, sin duda, las que más rápidamente envejecen. Pero su mutabilidad no debe responder a arbitrariedades o, lo que es peor, a la necesidad de atraer votos. Los cambios deben responder a la necesidad de que la estructura tributaria de un país sea cada vez más justa y equitativa, garantice la suficiencia de recursos y, por supuesto, favorezca el desarrollo económico.
Saber hasta qué punto, las promesas electorales en materia fiscal de los diversos partidos colaboran a alcanzar estas metas resulta difícil. ¿Tienen 400 euros menos de impuestos esa facultad o quizá la solución esté en una deducción por ser mujer trabajadora? La maquinaria tributaria siempre va a estar necesitada de un poco de grasa y, como no, en ocasiones, de un nuevo motor. Pero los actuales ganchos fiscales no parecen ir en esa línea.
IRPF e IVA
Ahora mismo, el impuesto que más ingresos proporciona es el IRPF (32,5%), luego el IVA (el 28%) y por detrás el impuesto de sociedades (20%). De esta forma, el conjunto de asalariados proporciona a través de su trabajo y su gasto la mayor parte de ingresos al Estado. ¿Es este el reparto que se quiere, es esto un sistema justo? Y por justo en tributación se entiende que cada uno aporte a la Hacienda Pública lo que se corresponda con los servicios públicos que recibe. Al tiempo, esto plantea la idoneidad de que el tipo máximo del IRPF sea lo más aproximado al del impuesto de sociedades que, a su vez, debe ser lo más competitivo posible.
Pero abordar las bajadas de impuestos no es lo único que se puede hacer para tener un buen sistema fiscal, ni parece lo más adecuado cuando los ingresos impositivos están creciendo cada vez a un ritmo menor. El sistema fiscal en su conjunto y no sólo el trío IRPF, IVA y Sociedades bien puede necesitar un repaso que, entre otros, acabe con pequeñas distorsiones que, en su conjunto, podrían redondear toda la estructura e incluso aligerar la carga impositiva sin que ello suponga gran merma de ingresos.
Por ejemplo, podrían abordarse cambios en los impuestos históricos que no son sino viejas figuras de las que nadie se ha preocupado y que han dejado de estar adecuadas a la capacidad económica de los contribuyentes. Un ejemplo es el impuesto de transmisiones patrimoniales.
Otro 'fleco' que a ningún Gobierno le ha parecido interesante abordar en bloque es el de la fiscalidad de la vivienda. Sólo ha habido reformas parciales, sin plantear cambios integrales que afecten tanto a la compra como al alquiler.
En materia de ahorro la última reforma del IRPF ha dado un paso de gigante en aras de introducir la neutralidad y acabar con el arbitraje financiero-fiscal. Pero aún hay cosas que se pueden hacer como fijar un mínimo exento general o distinguir el largo y el corto plazo o incluso, plantear si la movilidad del ahorro sin tributación entre fondos de inversión podría trasladarse a otras figuras.
Tampoco estaría de más revisar si el ahorro previsión recibe un tratamiento en línea con las necesidad de cobertura para la vejez que el Estado puede asumir.
Sin olvidar que en materia de empresas, la tributación del empresario individual está anclada en unos métodos de estimación del rendimiento que apenas han variado pese a todas las reformas del IRPF. En definitiva, una buena política fiscal también es la que, sin mirar a su popularidad, ponga orden en todo el conjunto.