El triunfalismo de la catástrofe
Siguen los ecos del debate cara a cara en televisión entre el candidato del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, y el del PP, Mariano Rajoy. La hinchada socialista y la popular gritan victoria y jalean a sus líderes sin que sirvan de referencia las encuestas para proclamar el ganador. La táctica de los asesores de Gobelas o Génova fue la de ocupar de inmediato los medios de comunicación para obtener en esos espacios el resultado que no se hubiera logrado conseguir en el debate. El objetivo compartido era el de sobreponer cuanto antes esas opiniones a las que los espectadores habían obtenido de modo directo en la noche del pasado lunes. Es lo mismo que sucede con los aficionados al fútbol que, después de haber presenciado en el estadio el encuentro disputado por su equipo, se precipitan a conectar con Estudio Estadio y con El Larguero con el fin de enterarse y encontrar sentido a lo que han visto por sus propios ojos. Así, ayudados por la moviola y mecidos por los comentarios periodísticos, se forman una opinión capaz de ser defendida al día siguiente frente a los colegas de la oficina o del tajo.
Igual que en la noche electoral, cuando se hacen públicos los resultados del escrutinio, todos cantaron el lunes el alirón. Pero el debate era sobre todo una oportunidad para el aspirante Mariano Rajoy de presentar un nuevo perfil de presidenciable, fuera de la agresividad crispante que ha campeado desde el 14 de marzo de 2004 en las filas del Partido Popular. Era la hora de la verdad en la que el diestro se encuentra solo en el ruedo sin la ayuda, o mejor el estorbo, de peones como Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, de profesión sus rencores.
El líder del PP no toreaba en un tentadero de su propia finca ante un público exclusivo de fidelidad inquebrantable. Estaba en la Monumental de las Ventas, donde el objetivo debía ser el de conquistar a los tendidos que no le profesaban estricta obediencia. Sólo así podía cortar oreja y llevar a las urnas con la papeleta de votación del PP al público adicional imprescindible para salir a hombros por la puerta grande que lleva a La Moncloa.
Tras lo visto en el debate, queda claro que Rajoy es incapaz de desprenderse de las adherencias que le lastran
Después de lo visto la noche del 25 de febrero ha quedado claro que Mariano Rajoy ha sido incapaz de desprenderse de las adherencias que le lastran. Sigue con el recetario de la crispación. Para asombro y disgusto de los turistas de derechas, que sienten pasión por la fiesta, se atuvo a los cánones del triunfalismo de la catástrofe. Le fue imposible disimular la fruición que le causa vestirse de heraldo de los desastres. Quiso continuar el destrozo institucional que con tanta dedicación ha venido labrando en estos años el PP. Ahí están los bloqueos para la renovación del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional, la embestida contra el Instituto Nacional de Estadística, el intento de horadar la credibilidad del Banco de España y así sucesivamente.
Sin atender a los tendidos de sombra, donde banqueros y empresarios siempre hubieran estado predispuestos a premiarle, Mariano Rajoy prefirió continuar la siembra de la sospecha y la desconfianza hacia las instituciones financieras españolas. Hizo oídos sordos a quienes se habían visto días antes obligados a salir a los medios en defensa propia. Ni siquiera buscó otros terrenos después de las intervenciones de Emilio Botín, presidente de Santander, de la Asociación Española de Banca, de la Confederación Española de Cajas de Ahorros o de la patronal CEOE. Traía la faena pensada de casa y la remató con ese cuento 'de niña a mujer' que quedará en los anales de la tauromaquia político-televisiva. De los consejos del Círculo de Empresarios nada quiso saber.
Pero no es en España donde ha habido que nacionalizar un banco, sino en Londres, ni es aquí donde se ha producido el escándalo de la Société Générale sino en París, ni tenemos que ver con el origen de la crisis de las subprime, venida de Estados Unidos. Otra cosa es que ahora debamos cruzar el Nilo de la desaceleración y sea por completo desaconsejable dedicarse a insultar a la madre del cocodrilo.
Cuánto mejor convocar a la concordia y suscitar confianza, un ejercicio que Rajoy ni siquiera intentó en aras de complacer a la hinchada en formación. Así que ni Pizarro, barrido por Solbes, puede ser el hombre de la Economía, ni Mariano hace su apuesta para ser figura del toreo. Así va la feria.
Miguel Ángel Aguilar Periodista