Desarrollo limpio, empezando por la revolución del transporte
La modernización de las infraestructuras en la última década ha tenido como contraparte un incremento de la contaminación en un 25%
La imagen del ladrillo se ha llevado la fama en los pasados años; aquellos en que el crecimiento de la economía española se ha empeñado en ser superior a la del resto de sus vecinos. Sin embargo, el color teja se ha mezclado con los tonos grises del cemento y negros del asfalto. La España del milagro ha levantado miles de casas, pero también ha construido un sin número de aeropuertos y estaciones. Ha tirado miles de km de carreteras, autovías y vías férreas, y ha abierto cientos de miles de km de canalizaciones para distribuir telecos y energía.
La orgía del desarrollo ha enladrillado las costas del mismo modo que ha derramado por doquier la mancha negra o gris de las vías y autovías, dejando en un segundo plano la racionalidad verde del crecimiento sostenible.
Según estudios del Centro Internacional del Clima aplicables a España, el combustible que queman los coches, los barcos, los aviones y los ferrocarriles aporta el 16% del total de las emisiones de gases que contribuyen al efecto invernadero. Ocurre que mientras que el CO2 generado por otros sectores industriales aumentó un 13% en una década, el que provocan los distintos modos de transporte subió el 25%.
Crecimiento
A la vista de estos datos, en la legislatura que está a punto de comenzar la bandera que deberá esgrimir el Gobierno que gane en las urnas ya no sólo podrá ser la del crecimiento de las nuevas infraestructuras en todos los medios y en todas las direcciones, igual que ha ocurrido en las últimas tres décadas.
En este tiempo España ha sido capaz de reducir el atraso crónico en sus vías y sistemas de intercomunicación, y aunque el esfuerzo por llevar las facilidades de las telecos, el transporte y la energía a los lugares más recónditos debe seguir, el principio de la compatibilidad de la modernidad con el medio ambiente tiene que estar en la cabecera de todos los proyectos. La gran apuesta de la democracia por la extensión de las redes del tren de alta velocidad puede servir de emblema para lograr que el desarrollo de las infraestructuras y el protagonismo de la ecología, no sean esfuerzos incompatibles.
Porque no todos los medios de locomoción contribuyen en la misma manera en esta sucia tarea de inundar la atmósfera de los gases que aceleran el cambio climático. Y es precisamente el ferrocarril el que tiene un mejor comportamiento medioambiental cuando se le compara con sus competidores logísticos.
En un estudio titulado 'Consumo de energía y emisiones del tren de alta velocidad en comparación con otros modos de transporte', el ingeniero de caminos y periodista Alberto García Álvarez asegura que el traslado de un pasajero de Barcelona a Madrid en avión 'produce unas emisiones de CO2 equivalentes, aproximadamente, al peso de la persona que viaja (70 kilogramos)'. En contraste, si el mismo pasajero opta por realizar el mismo recorrido en un tren de alta velocidad 'las emisiones serán aproximadamente iguales al peso de su equipaje (13 kilogramos)'.
La apuesta medioambiental por el tren es relevante, pero no se puede olvidar que el 84,62% de los movimientos por medios mecánicos que se produjeron en España en 2006 los concentró la carretera. El avión fue el vehículo elegido en el 5,8% de los traslados, mientras que el ferrocarril sólo fue la opción en el 5% de los casos.
Conseguir que España sea pionera en el cumplimiento de los objetivos de la UE para que un parque de 30 millones de coches sólo emita 130 gramos de CO2 por kilómetro y empujar para que el sector de la aviación entre en el mercado de las emisiones en 2012 deben ser también consideradas como políticas de Estado.