La certeza de lo impredecible
Las burbujas tienen en común muchos factores
Si algo sabemos de la próxima crisis, es que será impredecible. De lo contrario, podríamos tomar medidas para frenarla antes de que ocurra.
A finales de los años noventa, unos años antes de que se iniciase el mercado bajista, los ratios de las acciones tecnológicas alcanzaban alturas estratosféricas con PER de ciencia ficción. Por aquellos años se argumentaba un nuevo paradigma para la economía mundial que justificaba y aparentemente mantenía esa situación.
Las burbujas tienen muchos factores en común. Entre ellos un aparente cambio de paradigma en las reglas naturales de la economía, lo que en teoría justifica razonablemente esa situación de desequilibrio creciente.
Se argumenta hoy que la valoración de los mercados de renta variable cotiza ya a un precio razonable y hasta atractivo históricamente. Sin embargo, mirar la realidad con la misma óptica con la que miramos el pasado implica no ser capaces de afrontar nuevas realidades y sus peligros. De nuevo, el mundo nos sorprende y se hace cierto aquel proverbio chino con el que nuestros enemigos nos desean lo peor: 'que vivas tiempos interesantes'.
Interesante es el fenómeno al que estamos asistiendo, en el que el pilar que se está tambaleando tiene su origen dentro de la estructura financiera más íntima.
La ingeniería financiera, apoyada en las infinitas combinaciones construidas con sus derivados, ha permitido la proliferación de activos que se han considerado, tal vez demasiado fácilmente, como una panacea de seguridad y estable rentabilidad para el mundo financiero.
Todos hemos tenido que aprender qué es un CDS, CDO, ABS, y el resto de combinaciones que antes creíamos pertenecían al mundo del automóvil. Los derivados de crédito han proliferado más allá de lo esperado, tal vez de la misma forma en que a finales de los años noventa muchas compañías de internet cotizaban a ratios virtualmente infinitos. En concreto, se estima que el riesgo de contrapartida de los CDS alcanza un valor de mercado de unos 45 billones (trillones americanos) de dólares. El problema aparece ahora porque muchas entidades, públicas y privadas, tienen en su cartera este tipo de activos calificados con AAA gracias a las compañías monoline. Empresas que, como MBIA y Ambac, cubrían el riesgo de las emisiones de terceros, asegurándoles un rating superior al que por sí mismos no habrían alcanzado y permitiendo así una distribución masiva entre las carteras de los institucionales.
De repente, si las agencias de rating bajan la calificación crediticia de esas compañías monoline, automáticamente se rebajará el rating de los activos a los que aseguran y muchas entidades se verán forzadas a venderlos (no pueden tener en cartera activos por debajo de un cierto nivel de rating), provocando una reacción en cadena que desestabilizaría aún más la grave crisis de liquidez y confianza que reina en los mercados.
Es sencillo continuar mentalmente con la caída de fichas de dominó de este proceso. Lo importante es darse cuenta de dónde está el peligro hoy, y contra qué lucha realmente la Fed con sus agresivas bajadas de tipos.