Balance agridulce en el mercado de trabajo
Los más de 100.000 nuevos parados registrados en 2007 constatan, según el autor, un cambio de ciclo en el mercado laboral. En su opinión, el verdadero problema al que se enfrenta hoy este mercado no proviene de sus desequilibrios estructurales, sino de la evolución de la actividad económica
El inicio del año no ha sido bueno para la economía española. Los datos de inflación y de paro registrado con los que ha cerrado 2007 han causado una importante alarma -amplificada por el clima electoral en el que estamos inmersos- y han extendido la sensación de que nos hallamos al borde de una crisis económica o, cuando menos, de un cambio de tendencia.
Es por tanto un buen momento para repasar la evolución del mercado de trabajo durante la legislatura que ahora toca a su fin. Legislatura que fue bautizada como la del empleo por el ministro de Trabajo. Y es precisamente en este ámbito donde se han obtenido los mejores resultados. En los últimos cuatro años se han creado más de tres millones de nuevos puestos de trabajo, dando continuidad al intenso proceso de creación de empleo en el que España está inmersa desde 1995. Desde entonces, se han generado más de ocho millones de puestos de trabajo, lo que ha llevado a colocar la población ocupada en más de 20 millones y medio de personas.
Gracias a este aumento del empleo, la tasa de paro se ha reducido desde el 11,2% con que finalizó el año 2003 hasta poco más del 8% de la población activa con el que acabaremos 2007. Una tasa que ya no es la mayor de Europa y que parece indicar que definitivamente hemos dejado atrás los años en los que los altos niveles de desempleo eran consustanciales a la economía española. También la tasa de actividad ha mejorado en dos puntos hasta situarse cercana al 60%, especialmente entre las mujeres.
Pero a pesar de los excelentes resultados conseguidos en estos campos, los desequilibrios en nuestro mercado laboral subsisten. La tasa de paro femenino, aunque se ha reducido en cinco puntos durante los últimos cuatro años, todavía ronda el 10,5%. Las fuertes diferencias entre las distintas comunidades autónomas en cuanto a sus cifras de desempleo se mantienen. Y la temporalidad, el otro gran problema de nuestro mercado de trabajo, sigue en cotas cercanas al 32%, e incluso ha aumentado durante la legislatura. Se trata de un porcentaje que dobla la media comunitaria y que cuestiona la efectividad de la reforma laboral de 2006, cuyo principal objetivo era reducirla.
Aunque el verdadero problema al que se enfrenta nuestro mercado laboral en este momento, y que puede estropear la legislatura del empleo, no proviene de sus desequilibrios estructurales, sino de la evolución de la actividad económica. La desaceleración en la que parece que estamos inmersos empieza a tener su reflejo en el menor ritmo de afiliación a la Seguridad Social y en el aumento del número de desempleados.
Los más de 100.000 nuevos parados registrados en el ejercicio 2007 constatan, sin duda, un cambio de ciclo en el mercado laboral. Casi la mitad de ellos provienen de la construcción, algo que no parece raro debido a las noticias que cada día llegan del sector. Pero también del sector servicios, lo que podría ser más preocupante.
Como preocupante resulta que sea entre la población inmigrante entre quien más aumenta el desempleo, un 24% durante el año pasado. Lo cual no debería extrañar, porque este colectivo se focaliza en gran parte en la construcción y los servicios. Hasta ahora, el fenómeno de la inmigración no había provocado apenas tensiones en el mercado laboral, sino todo lo contrario. Pero si el desempleo se ceba en este colectivo, podríamos estar ante un nuevo escenario ante el que no tenemos ninguna experiencia: cómo afectará a la convivencia el aumento del paro inmigrante.
En los últimos años se venía insistiendo en que el verdadero riesgo para la economía española no estaba en sus desequilibrios exteriores, sino en que el aumento del euríbor redujera el consumo privado y, por tanto, empezase a producirse desempleo.
También estaba claro que el frenético ritmo que venía experimentando la construcción, especialmente en su vertiente residencial, no podría mantenerse y que, tarde o temprano, menguaría su actividad.
Pero se confiaba en conjurar esos males con un repunte de las exportaciones gracias a la mejoría de nuestros socios europeos y con un cambio en el modelo de crecimiento gracias al aumento de la productividad. A tenor de los últimos datos publicados, mucho me temo que mientras los males estamos empezando a notarlos, especialmente en el mercado de trabajo, los antídotos que se esperaban no acaban de llegar.
Juan Carlos Martínez Lázaro. Profesor de Economía del Instituto de Empresa Business School