La economía y el ascensor maldito
En los últimos meses la economía española sufre un proceso perverso de deterioro intenso y general que, además, se ha visto progresivamente agudizado en las últimas semanas. El escenario pareciera dominado por un ascensor maldito que se empeña en hacer subir todas las variables que quisiéramos ver bajar y, simultáneamente, hace bajar a todo aquello que desearíamos ver subir. En efecto, una selección de indicadores significativos muestra los corrosivos efectos debidos a la maldición del ascensor y, como veremos, su lectura deja escaso resquicio al optimismo.
Los datos estadísticos reflejan las subidas que los españoles no quisiéramos ver. Sube el petróleo, cuyo precio ha alcanzado el récord histórico de 100 dólares el barril de Brent. Sube el índice de precios al consumo, que ha cerrado el ejercicio 2007 con un incremento del 4,3% -la más alta desde 1995-. Sube el desempleo, que aumentó durante el mes de diciembre -tercer mes consecutivo- en 35.000 nuevos desempleados, finalizando el año con un número de parados superior a los 2.100.000.
Sube la tasa de paro, que ya está en el 9%. Sube el tipo de interés, pues aunque el Banco Central Europeo mantiene inalterados los tipos, la realidad del mercado se ha encargado de elevar el euríbor hasta el 4,8%, que es su máximo de los últimos ocho años -en 2003 estaba en el 2,3%-. Sube la presión fiscal, que se ha colocado al final de 2007 en el 36,5%, dos puntos por encima de la correspondiente a 2004 (34,5%). Suben los precios de los productos básicos o de primera necesidad -2007 ha visto, entre otros, incrementos del 25% en el precio de la leche, del 35% en el aceite de girasol, del 16% en el pollo o del 19% en la harina de trigo-.
Suben todas las variables que quisiéramos ver bajar y, simultáneamente, bajan las que desearíamos ver subir
En contraposición a los datos expuestos, los españoles vemos cómo baja todo aquello que sería bueno que subiera. Así, baja la liquidez del sistema financiero hasta provocar una suerte de credit crunch que está ahogando el proceso inversor -e incluso el funcionamiento- de las empresas. Baja la confianza de los empresarios, cuyo índice elaborado por las cámaras de comercio acaba 2007 alrededor de 4 -en 2006 estaba en torno a 12,8-. Baja la confianza de los consumidores hasta situarse a un nivel inferior al de 2003. Baja la Bolsa, habiendo perdido el Ibex 35 la cota de los 15.000 puntos. Baja la tasa de ocupación, correlativamente al aumento del desempleo. Baja la matriculación de vehículos, que en el último mes ha descendido un 6%. Baja nuestra competitividad, pues el coste laboral unitario (CLU) por producto ha aumentado en 2007 un 1,4% en relación a los países de la OCDE, mientras que el indicador de tendencia de la competitividad (ITC) elaborado por el Ministerio de Industria refleja una pérdida trimestral de 0,5% frente a los países de la UE.
Indudablemente pudiera llegar a considerarse una exageración utilizar el aforismo según el cual 'cuando en economía todo va mal, lo que de verdad va mal es la política', pero lo cierto y verdad es que estamos ante un panorama más que preocupante. Si en esta tesitura, un Juan Español cualquiera preguntara ¿qué hacer? -como en su día hiciera Lenin-, un escolástico le plantearía tres opciones posibles.
La primera, buscar un ascensorista que lograra invertir radicalmente el orden de las cosas: conseguir que lo que está subiendo baje y que lo que está bajando suba. La pretensión es demasiado naif. A fin de cuentas, Alicia en el país de las maravillas no es sino literatura de ficción, y ya se sabe que la economía es el resultado cruzado de un conjunto de fuerzas, flujos y agentes, sobre los que ningún decisor dispone de toda la capacidad de decidir.
La segunda opción que se ofrecería a Juan Español sería llamar a un ascensorista que fuera capaz de transmitir impulsos positivos a lo que deseamos que suba -para al menos amortiguar su caída- y de contraponer medidas que moderen el aumento de lo que deseamos que baje -para ralentizar su alza, como mal menor-. Esta opción parece plausible y, en todo caso, responde a la esencia de la política económica: adoptar decisiones para que las cosas funcionen mejor que en ausencia de su adopción.
Finalmente, Juan Español recibiría como tercera opción la de mantener al ascensorista quieto y pasivo que, como dijo Cervantes a través de Sancho Panza, por no saber gozar de la ventura cuando le vino no puede quejarse cuando la pierde. æpermil;sta, que es sin duda la peor de las opciones, condena a seguir sufriendo las subidas y bajadas del ascensor maldito, mientras el ascensorista -quieto, pasivo- lo observa en silencio. Y recordemos que, como dijo Miles Davis, en determinadas ocasiones el silencio es el peor de los ruidos.
Ignacio Ruiz-Jarabo Colomer Ex presidente de la SEPI y consejero de Copisa y Elduayen Fotovoltaica