_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

América, nuestro espacio estratégico

Latinoamérica debe constituir para España una prioridad absoluta, por encima de azares políticos, asegura el autor. En su opinión, las empresas españolas, que lo han hecho mejor allí que otros europeos y que los norteamericanos, deben prepararse ahora para competir con China

Para España, el continente americano es mucho más que un espacio lingüístico y cultural compartido. Y el conjunto latinoamericano o iberoamericano también supone más que una historia o una sangre compartida. Es un espacio económico de primera magnitud para nuestras empresas. Parte de nuestro futuro y de nuestra riqueza se jugará por aquellas latitudes. Por todo ello, para nuestra política exterior y nuestra geoestrategia, Hispanoamérica debe constituir una prioridad absoluta. Pero es más fácil decirlo que hacerlo, ya que, además de las variables económicas, interfieren los azares políticos.

Una intensa corriente liberalizadora recorrió toda América allá por los años noventa. Las grandes empresas españolas aprovecharon esa circunstancia y desembarcaron de forma muy llamativa, adjudicándose empresas señeras de casi todos los países. Las telecomunicaciones, los bancos, las líneas aéreas, las grandes infraestructuras, la energía, por citar tan sólo algunos sectores, fueron copados por firmas españolas. Esa omnipresencia -ganada en justo mercado, habría que apostillar- generó un cierto rechazo de parte de la opinión pública, que acuñó aquello de la segunda conquista española.

Coincidiendo con esa expansión, nuestras empresas se capitalizaron buscando recursos en el conocido capitalismo popular. De alguna forma, los españoles invertimos a través de nuestras empresas ingentes recursos en unos países tradicionalmente inestables, confiados en que la modernización que experimentaban les concederían la suficiente tranquilidad. Los inversores de otros países, menos confiados que nosotros en las posibilidades de la zona, aplicaron mayores coeficientes de seguridad y quedaron desplazados por nuestras ofertas más agresivas.

En el siglo XXI las tornas políticas giraron y los partidos de izquierda fueron ganando las elecciones, desde posturas normalmente más escépticas ante las privatizaciones y las políticas liberalizadoras. Y, de forma espontánea, se fueron cuajando dos grandes bloques de entender la izquierda. La primera, inspirada en el pragmatismo europeo de la socialdemocracia, y otro, de corte populista y bordeando el totalitarismo, inspirada de la Cuba de Castro. Lula en Brasil o Bachelet en Chile encabezan la primera forma de entender la política, mientras que Chávez de Venezuela, Correa de Ecuador o Morales de Bolivia optaban por la segunda.

Brasil y Chile desarrollan las políticas de equilibrio que tan buen resultado han dado en Europa. Es inteligente fomentar el sector privado, al tiempo que se desarrollan eficaces políticas sociales que redistribuyen la renta y los beneficios de las empresas. La estabilidad económica y social queda así garantizada, al tiempo que el país se hace atractivo para las inversiones foráneas. Caso contrario es el de Chávez y compañía. El dirigente venezolano, ensoberbecido por su petróleo a 90 dólares, no deja de cometer dislates, uno tras otro. Insulta de forma permanente a los países que lo cuestionan, gasta los dineros de los venezolanos en sus aventuras imperiales imposibles, desestabiliza a sus vecinos, se entromete en la casa de todos. Los venezolanos terminarán echándolo, pero precisarán décadas para recuperar un tejido productivo desmantelado y obsoleto. En vez de modernizar su país, se ha dedicado a esquilmarlo. ¿Qué garantía jurídica ofrece en estos momentos Venezuela para la inversión extranjera? Ninguna. Pues recogerá lo que ha sembrado.

Evo Morales es más moderado que su líder bolivariano, pero sus decisiones tendrán un gran coste para su país. Las económicas, porque han generado inseguridad e ineficiencia en las empresas nacionalizadas. Recordemos la auténtica batalla campal entre facciones de mineros. Pero aún más complejas serán las políticas. La mitad del país no acepta su reforma constitucional, en las que se retorna a instituciones indígenas del altiplano, no aceptadas por las regiones más ricas de los llanos bajos. De nuestro bien conocido Fidel Castro mejor ni hablamos. Mantiene su dictadura gerontológica sobre la miseria de un pueblo entero. Ante este panorama, nunca terminaré de comprender la fascinación de cierta izquierda por estos dictadores egocéntricos y crueles.

Los Gobiernos conservadores de Colombia y México, con Uribe y Calderón, presentan un buen balance, similar al de Brasil y Chile. La vida da muchas vueltas, pero España debe mantener una importante presencia diplomática y económica en América Latina, a pesar de las dificultades. Desde el respeto más profundo y desde la lealtad de buenos socios. Lo hemos hecho mejor que otros europeos y que los norteamericanos. Ahora nos tocará competir con China. Preparémonos para ello.

Archivado En

_
_