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La opinión del experto
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El peor directivo del mundo

Javier Fernández Aguado describe el comportamiento y actitud que acompaña a los pésimos ejecutivos. No son efusivos en felicitaciones, pero sí lo son en criticar a otros. Descubra si pertenece a este grupo

Durante años viajé frecuentemente a la República Checa con ocasión de la puesta en marcha de algunas empresas, y también de conferencias y seminarios en universidades y escuelas de negocios. Tomé mucho cariño a esa nación y a su gente. En una de aquellas estancias, un directivo, al hilo del tema de los pecados capitales propios de cada país, comentó que el suyo era el pesimismo. Para ilustrarlo narró, en tono de chanza, que la República Checa se había presentado a un concurso de países con mala suerte. Y había quedado en el segundo puesto. Esto me viene a la memoria cuando alguna organización pretende sublimar su excelencia o determinados libros pretenden definir, por ejemplo, al mejor vendedor del mundo.

Por mi trabajo de asesoramiento y formación de equipos directivos de alto potencial o, con gran frecuencia, de comités de dirección, he tenido ocasión de conocer a multitud de directivos , entre ellos los consejeros delegados, directores generales, directores financieros, de marketing, de recursos humanos, de formación, que desarrollan con eficacia su función. En ocasiones, sin embargo, he tratado con personas encumbradas cuya posición sólo se explica por la tendencia a subir de aquello que no pesa nada. Quizá no pesan nada, porque tampoco piensan nada. En alguna circunstancia, el impulso hacia arriba lo ha dado un apellido de relumbrón, un título de grande de España, o sencillamente la mediocridad de la organización.

Con la observación de esos turbadores personajes he llegado a definir elementos clave que contribuyen a delimitar las carencias fundamentales precisas para optar al título de peor directivo del mundo. No todos los casos que he analizado incluyen la totalidad de las características que voy a mencionar a continuación, salvo en un caso en el que descubrí que el cliché que había ido desarrollando encajaba al cien por cien con aquel personaje. Como suele suceder, el único que era consciente de su nesciencia era el propio implicado, que lucía sus vergüenzas con hilarante ignorancia y vanidad.

Un directivo que aspire a ser positivamente dañino debe proponerse asumir, entre otras, las siguientes capacidades. Primera, no motivar a los demás bajo ninguna circunstancias. Todo debe parecerle mal, salvo indiscutiblemente lo realizado por él. Segunda, ensalzar sus fantasiosos logros. La atribución a su autoría de grandiosos éxitos ha de ser continua, pues eso facilita que nadie quiera acercársele para proporcionarle una idea, ya que todo el mundo es consciente de que la acabará presentando como propia. El mal directivo no debe tener claro ni a dónde va, ni cómo se va, ni tampoco cómo lograr que la gente desee comprometerse con el proyecto. A mayor caos, más descoordinación y más negatividad en las expectativas. Insistir en lo que puede salir mal, primordialmente por la falta de capacidad de los subordinados, colaboradores, superiores o sencillamente por falta de capacidad de los clientes, es también cardinal.

Crear división a su alrededor, tratando de cancelar cualquier atisbo de trabajo en equipo es relevante. El objetivo es doble: que la gente esté entretenida, sin producir nada valioso, en discusiones superfluas, y que no perciban que son dirigidos por un mediocre. Además, cuando los objetivos no se logren, precisamente por la falta de visión estratégica o por la carencia total de tácticas, la reacción del peor directivo del mundo es la de enfadarse, porque todos los demás son unos inútiles, incapaces de entender y asumir sus brillantes decisiones.

Despreciar a los anteriores en el cargo es otro medio expeditivo en la carrera por la consecución del título de peor directivo. Cuando una persona se dedica a descalificar a los demás, es fácil concluir qué es lo que hará cuando nos ausentemos. Esto tiene un efecto demoledor. El mal directivo nunca felicita a los demás. Esto es particularmente trascendente cuando el logro ajeno haya sido más relevante y público. Es preciso que quede claro con sus malos gestos y expresiones que aquel éxito es una estupidez. Junto a esa capacidad de despreciarlo todo debe dejar claro que no cumplirá sus compromisos. Así, si se prometió un ascenso o un bonus para quien alcanzara determinados resultados, ha de rechazarse la entrega. Tratar de manera ostensiblemente injusta a sus protegidos forma parte del proceso desmotivador. Debe quedar patente la arbitrariedad. Nada ha de tener una explicación lógica, todo ha de ser suficientemente irracional para que nadie sepa a qué atenderse. Contribuye eficazmente también el obligar a los subordinados a realizar actividades superfluas. La solemnización de la estupidez forma parte de cualquier proceso eficaz de desmotivación.

Nadie considere que lo que escribo expresa desánimo o desilusión. Todo lo contrario. Conocer determinadas organizaciones (estoy pensando en una española y en una transnacional italiana) que no sólo consienten, sino que alientan a directivos de este perfil, me ha producido siempre sosiego. Si una institución es capaz de sobrevivir durante décadas con cuadros directivos formados por personajes que se comportan del modo brevemente esbozado, ¿no deberíamos alimentar una esperanza en el futuro del mundo y de sus organizaciones?

Javier Fernández Aguado. Socio director de MindValue

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