Lección de periodismo
Asegura el informe PISA que vamos flojos en algunas disciplinas como, por ejemplo, en Matemáticas, y no digamos qué habría revelado dicho informe si hubiera indagado nuestros saberes en materia de lenguas clásicas. El Gobierno se ha sentido interpelado y en su réplica ha optado por descargar el grueso de las responsabilidades sobre los ambientes familiares poco propicios mientras solicita paciencia. Están convencidos nuestros responsables políticos de que los buenos encaminamientos que han adoptado necesitan una o dos generaciones para dar los frutos deseados.
Así parece suceder siempre con los grandes designios necesitados de constancia e incompatibles con la impaciencia. Véase la evolución desde aquellos tiempos de 'Educación y Descanso' en que el ministro del Movimiento, ese egabrense impar que fue José Solís, se atrevió a lanzar el lema de 'menos latín y más deporte'. Una consigna audaz, sobre la que tanto se ironizó dentro de un orden sin transgredir los límites de aquella 'crítica constructiva', que 20 años después reveló su acierto con la cosecha ubérrima registrada en el medallero de los sucesivos Juegos Olímpicos, sobre todo a partir de los celebrados en Barcelona en 1992.
Vale que hicieran falta décadas de esfuerzos más o menos embrutecedores y de renuncias culturales de gran calado para que pudiéramos pasar de la única medalla en hípica, lograda en Amberes por el marqués de Casa Loja -aquel jinete ejemplar que ocupó tantos años la jefatura de la Casa Civil del generalísimo Franco-, a la plétora de medallistas que nos han equiparado a las grandes potencias deportivas, pero los resultados son indiscutibles.
Conviene pues que de manera análoga nos mantengamos a la espera de que llegue el momento de alinearnos en la vanguardia de las ciencias exactas. Mientras, resulta esclarecedor observar el proceso de degeneración de los números en el que se zambulle un amplio sector de la prensa escrita y de los restantes medios de comunicación.
El último Estudio General de Medios (EGM) acaba de permitir una buena prueba porque las cifras de difusión y de lectores de cada publicación, que corresponden al pasado trimestre, se presentan por los interesados a quienes afectan de diversas formas -agrupadas o desagregadas, sumadas o restadas, multiplicadas o divididas- en aras de favorecer el propio perfil. Así que la referencia a los números como prueba indiscutida se pierde por completo en la maraña de la cosmética manipuladora.
Los medios de comunicación vienen a comportarse ante los datos del EGM como los partidos políticos que concurren a los comicios la noche del recuento electoral: siempre encuentran el término comparativo que les permite ufanarse del progreso logrado en las urnas, por mucho que las cifras desnudas desmientan semejante pretensión.
La cuenta atrás para la celebración de elecciones generales el 9 de marzo próximo desata las pasiones y las afinidades hasta oscurecer los hechos y promover ejercicios de tergiversación frente a los que el público debería estar defendido. De nada sirven, por ejemplo, las manifestaciones del presidente de la CEOE sobre un 2008 mejor que el que esperan algunos agoreros ni los elogios en favor de la continuidad del vicepresidente económico Pedro Solbes, si el diario Abc prefiere evitar que la realidad desmienta sus apriorismos y presenta a la citada CEOE en la oposición rabiosa al Gobierno.
La tarea que en otro plano impulsan las asociaciones de consumidores siempre vigilantes ante el fraude sigue vacante por lo que respecta a los medios de comunicación. Algo avanzaríamos si se incorporara como libro de texto obligatorio aquel Manual de autoprotección contra la manipulación comunicativa que editó Gustavo Gili. Ayudaría a que el público -al que ya se le ha enseñado a catar los vinos, a reclamar por las deficiencias del servicio público, a exigir que los productos que adquiere respondan a la calidad que pregonan- lea, escuche y vea con actitud crítica cuanto le ofrecen los medios, sin dejarse embaucar y haciéndose acreedor al respeto debido por los editores.