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Columna
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La fiebre del oro

Es evidente que para el hombre el oro ofrece un cierto carácter totémico. Episodios como el transporte masivo a España del oro procedente del Nuevo Mundo, las peripecias de los buscadores solitarios en las montañas de California, o el viaje del oro de Moscú mediante el cual el Gobierno republicano español envió las reservas del Banco de España a la Unión Soviética, constituyen referencias inevitables de nuestra historia. Incluso resulta todavía próximo el tiempo en el que el sistema monetario internacional se regía por el denominado patrón oro. Sin embargo, es probable que la característica más relevante del metal dorado en la era moderna sea su condición de activo refugio, con el que los inversores siguen una máxima, consistente en depositarle su confianza y sus ahorros en tiempos de turbulencias económicas.

Así ocurrió tras la gran crisis provocada por el primer shock petrolífero de 1973, periodo en el que las adquisiciones de oro se intensificaron con el consiguiente impacto en su precio, que vivió una escalada impresionante. En efecto, enlazando con el nuevo impulso ocasionado por la segunda crisis del petróleo (1979), la subida del oro llegó a coronar en 1980 la cima de los 600 dólares, multiplicando por 10 el precio anterior a 1973. Sin duda, el oro fue el valor utilizado por el ahorro para refugiarse ante una economía plagada de incertidumbres y nubarrones. Valga como dato ilustrativo que en el año 1980 el tipo de interés en Estados Unidos llegó a situarse en el 20%.

Superada la crisis referenciada, los inversores fueron paulatinamente desprendiéndose del metal precioso, provocando el descenso de su precio que, no obstante, quedó ya enmarcado en niveles notablemente superiores a los preexistentes. En efecto, durante el periodo que va desde 1982 hasta 1997, el precio del oro osciló entre un mínimo de 317 y un máximo de 446 dólares, siguiendo una tendencia básicamente descendente. La pendiente de descenso se aceleró a partir de la segunda mitad de los años noventa, hasta alcanzar en 2001 como suelo el importe de 272 dólares, el precio del oro más bajo desde 1978.

Pero surgió entonces la política económica agresivamente expansiva. Recordemos que el empeño para forzar la reducción del tipo de interés en Estados Unidos determinó que en 2004 aquél disminuyera hasta el 1%, cuando apenas cuatro años antes, en 2000, estaba en el 7%. Se generó así un crecimiento rápido, excesivo y descontrolado de la base monetaria, forjándose una economía hiperapalancada que se cimentaba sobre bases escasamente sólidas, dando lugar a la aparición de las llamadas burbujas -financiera, inmobiliaria-.

Como exponente significativo de la volatilidad reinante, y a consecuencia del crédito barato, el índice de precios de la vivienda de Estados Unidos correspondiente a 2005 duplicó al de 1999, triplicó al de 1988 y cuadruplicó al de 1978. Lo que sigue es, por reciente, bien conocido y la última consecuencia habida hasta el momento es la denominada crisis de las hipotecas subprime.

Pero volviendo al oro y a su precio, hay que destacar que su evolución ha vuelto a responder a la máxima enunciada al principio, habiendo emprendido desde 2003 una nueva escalada alcista. El ascenso ha pasado por una primera etapa de crecimiento intenso pero contenido: 362 dólares en 2003, 409 en 2004, y 444 en 2005, para acelerarse en 2006 (603 dólares) y hacerlo aún más durante 2007.

Así es, la espiral de subida del precio del oro durante el presente año es ciertamente espectacular y constituye un claro indicador de la progresiva y vertiginosamente acelerada pérdida de confianza de los inversores en el futuro económico.

Veamos, a finales de agosto, el oro cotizaba ya a 672 dólares, pero tan sólo un mes más tarde lo hacía a 743, a finales de octubre alcanzó el precio de 789 dólares, y 48 horas después -el 2 de noviembre- subió hasta 797. No resulta sencillo pronosticar el techo al que puede llegar el oro en esta nueva aventura si la conjunción de las derivadas de la crisis de las subprime y la gestión de la misma, conducida desde la Fed y el Banco Central Europeo, desembocan en el temido, y por algunos pronosticado, credit crunch. Pero una cuestión resulta evidente: por los niveles ya alcanzados en su precio, y digan lo que digan los optimistas -antropológicos o no-, la actual fiebre del oro es como toda fiebre, el síntoma evidente e irrefutable de la actual enfermedad de la economía mundial.

Ignacio Ruiz-Jarabo Colomer. Ex presidente de la SEPI y presidente de EDG-Escuela de Negocios y de PAP Tecnos

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