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Columna
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La cara oculta del petróleo

La lectura del libro La cara oculta del petróleo, del periodista e investigador francés Eric Laurent, editada por Arcopress, nos inquieta y nos hace reflexionar. El petróleo -del latín aceite de roca- es un prodigio de nuestra naturaleza. Nacido de grandes bolsas de sedimentos vegetales que quedaron enterrados en plegamientos geológicos y sometidos a grandes temperaturas y presiones, comenzó a utilizarse industrialmente desde la segunda mitad del siglo XIX. Pronto desplazó al carbón como primera fuente energética mundial, dada sus extraordinarias características. Su extracción y transporte son relativamente baratas, y su potencial energético inimaginable. Un solo barril -159 litros- equivale a 25.000 horas de trabajo humano.

No somos conscientes de nuestra absoluta dependencia del petróleo. Pensamos que sólo nuestros coches y nuestras centrales eléctricas dependen de su consumo, cuando no nos percatamos que todos los abonos compuestos que consume la agricultura, todos los plásticos que nos rodean -en nuestras ropas, nuestros muebles, nuestros automóviles, nuestra sanidad, nuestra alimentación- y un sinfín de derivados de los hidrocarburos tienen su origen último en el petróleo.

Si desapareciera, no sólo se apagaría la luz eléctrica y nuestros coches se pararían, sino que los hospitales no tendrían bolsas para transfusiones de sangre o jeringuillas para pincharnos. Podríamos enumerar sinfín de escenas de un relato de horror. Sin petróleo, nuestro mundo se desplomaría estrepitosamente. De ahí que sea considerado como un recurso estratégico por todos los Gobiernos, que se esfuerzan por garantizar sus abastecimientos. ¿Hacemos algo para disminuir esa dependencia? Pues prácticamente nada. Cuatro campañitas de ahorro energético y algo de renovables, pero nada más.

Gastamos petróleo como si nunca se fuera a agotar. Esporádicamente surge el debate sobre su inviabilidad futura, pero siempre salen voces científicas que garantizan reservas por muchas décadas. Los modernos sistemas de extracción -nos dicen- permiten explotar yacimientos antes imposibles, o -nos repiten-, las nuevas tecnologías mejoran los rendimientos de los sistemas de refinación. Y, por último, los altos precios permiten bombear de pozos que antes no eran rentables. En resumen, nos afirman, no debéis preocuparos por el petróleo, que está garantizado para vuestros hijos y nietos.

Y, narcotizados por esa certeza, seguimos participando en la orgía de su consumo, que año a año se incrementa. El crecimiento de los colosos chino e indio ha disparado la demanda de petróleo. Las empresas chinas luchan por garantizar su abastecimiento, subiendo el precio y las condiciones. Las altas cotizaciones que ahora conocemos -supera ya los 90 dólares el barril- pueden no ser referencias coyunturales como algunos afirman, sino el inicio de una senda alcista que se agudizará a medida que la demanda vaya superando a la oferta, y que se hará crítica cuando los mercados comiencen a convencerse de que realmente el petróleo es un bien cada vez más escaso y caro de obtener, con sus días contados.

Aunque el mercado del petróleo está muy politizado e intervenido, no cabe duda de que el precio viene condicionado por la oferta y demanda. Sabemos que la demanda se está acelerando, mientras que la capacidad de producción apenas es capaz de incrementarse. Según Laurent, hemos alcanzado la punta de producción, y será extraordinariamente difícil producir mucho más de lo que actualmente se pone en los mercados, y eso sin considerar posibles embargos, guerras o catástrofes, que los pondrían en una situación límite. Si el crecimiento de la demanda crece por encima de la oferta, habremos de olvidarnos para siempre de un mundo de petróleo barato, tal y como hemos conocido por décadas, y sobre el que hemos basado nuestro bienestar y nuestro crecimiento económico.

Es cierto que todavía pueden aparecer algunos nuevos yacimientos, aunque la realidad nos muestra que desde los setenta no ha aparecido ninguno de dimensiones espectaculares. En la mejor de la hipótesis, por cada seis barriles que se extraen, sólo se localizan reservas equivalentes a uno. El petróleo que extraemos no se compensa con nuevas reservas. Estamos consumiendo las que actualmente existen y que, según el autor, esos recursos son muy inferiores a las que Gobiernos y empresas declaran. Shell ya tuvo serios problemas al descubrirse que sobredimensionaba sus reservas. Arabia puede tener menos petróleo del que presume. Si esto fuera cierto, estaríamos a las puertas de una gravísima crisis energética de dimensiones desconocidas.

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