Italia y Polonia mantienen en vilo a la cumbre de Lisboa
La presidencia portuguesa de la UE estaba convencida de cerrar anoche la quinta reforma del Tratado comunitario, espoleada por el deseo de los 27 socios de poner punto final a cinco años de tensas negociaciones y por el prurito de sellar el acuerdo en Lisboa.
Las salas Nonio y Astrolabio del Pabellón Atlántico de Lisboa acogieron ayer, respectivamente, la reunión de los 27 primeros ministros de la UE y de sus ministros de Exteriores. Ambas rinden homenaje a dos trascendentales inventos (el primero de ellos portugués) para la historia de la navegación, que han ayudado a los marineros a calcular la longitud y latitud en que se encuentran sus embarcaciones.
Bajo esa inspiración, el primer ministro portugués, José Sócrates, en su condición de capitán semestral de la nave comunitaria, luchaba anoche para evitar que las negociaciones sobre el Tratado de la UE embarrancasen de nuevo. Su ministro de Exteriores, Luis Amado, lo dijo claramente: 'La gente está harta del proceso. Hay que cerrarlo sin más dilación'.
Las principales amenazas de motín a bordo eran Italia y Polonia. Roma reclama un reajuste del reparto de escaños en el Parlamento europeo y Varsovia quiere nuevas garantías en el sistema de voto por mayoría cualificada.
El fracaso de la Constitución ha retrasado muchas reformas
Al cierre de esta edición, esas dos objeciones impedían a Sócrates anunciar por fin la conclusión del Tratado de Lisboa. Portugal, que ha convertido la firma del Tratado en su capital en un motivo de orgullo nacional, se mostraba dispuesta a lograr el acuerdo a toda cosa. Pero la resolución de los dos problemas puede provocar conflictos colaterales.
La reivindicación italiana de añadir algún escaño más a los 72 que se le han asignado podría resolverse ampliando el futuro Parlamento de 750 a 755 miembros y repartiendo los cincos puestos adicionales entre los países menos agraciados en el reparto. Otra rocambolesca posibilidad, planteada en Lisboa por los propios representantes del Parlamento y por la propia Presidencia de la UE sería conceder otro escaño a Italia y excluir del cómputo de diputados al presidente de la cámara. 'Para España sería aceptable', apoyó el secretario de Estado, Alberto Navarro. La prioridad de España, en cualquier caso, es amarrar los cuatro eurodiputados ganados para contar con 54 escaños en la próxima legislatura.
La demanda polaca también inquieta a los países más europeístas, porque Varsovia quiere institucionalizar un freno de emergencia (conocido como acuerdo de Ioannina) para congelar las votaciones sobre temas sensibles. Hay quien teme que la fuerza legal de ese freno, que ahora existe de manera menos explícita, cree un obstáculo insalvable en el futuro. Con todo, la mayoría de los líderes estaban convencidos de que en Lisboa se ponían fin a cinco años de singladura que han desgastado seriamente la nave europea, cada vez más llena.
Nunca más una reforma de este tipo
La principal lección de la quinta reforma del Tratado de la UE, según algunos analistas, es que nunca más se actualizarán las normas del club de manera tan tortuosa. 'Con 27 miembros, se ha hecho muy difícil alcanzar los complejos y frágiles compromisos en los que se basan los tratados de la UE', señalan en un análisis conjunto Hugo Brady y Katinka Barysch, del instituto de estudios Centre for European Reform. La reforma en marcha, en concreto, ha necesitado un lustro de esfuerzo para un acuerdo de mínimos. El nuevo Tratado sólo aporta la designación de un presidente estable del Consejo; la proporcionalidad, a partir de 2017, del voto de cada país con su población; y la supresión de la unanimidad en medio centenar de asuntos. En materia económica no hay ningún avance y el desarrollo de la política de justicia e interior se aplaza a 2014. Los analistas creen que, con la amenaza añadida de los referéndum, las reformas a partir de ahora serán de menor calado e, incluso, podrían resolverse aprovechando los acuerdos de ingreso de los nuevos socios.