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Tribuna
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Con orgullo y con pasión

Desde el origen de los tiempos, los grupos humanos -como la empresa- siempre han necesitado de alguien que haga que los demás le sigan y aporte sosiego a las organizaciones, subraya el autor. æpermil;ste es, en su opinión, el concepto de liderazgo, que contrapone al de dictador, déspota o profeta

Mi amigo Miguel Ángel, periodista de raza y excelente escritor, cumple en estos días 50 años, tantos o tan pocos como una película, Orgullo y pasión, que dirigió Stanley Kramer en 1957 y protagonizaron Cary Grant, Frank Sinatra, una estupenda (las cosas como son) Sofía Loren y algunos más. Una película de aventuras cuya acción se sitúa en la Guerra de la Independencia: en plena invasión napoleónica, un grupo de guerrilleros españoles intentaba evitar que un cañón de gran calibre, una pieza de artillería única, cayera en manos de los franceses. En conclusión, un pedazo de melodrama basado en una novela de Cecil S. Forester.

Miguel Ángel es, sobre todo, un tipo de los que merecen la pena, orgulloso de su origen montañés; no le gustan los melodramas, sí el fútbol, y es divertido, honrado y leal. Nunca hay que buscarlo porque, cuando lo necesitas, siempre lo encuentras. Extraordinario profesional y maestro de muchos otros periodistas ha sabido triunfar en su oficio/arte desde la independencia, el rigor y el compromiso, trazando el camino y haciendo que los demás le sigan.

Miguel Ángel escribe e informa desde la honradez intelectual, única forma en lo que éticamente cabe hacerlo. Muchos de sus amigos, precisamente por eso, le llamamos líder, separando esa cualidad de la del jefe que también ha sido, siempre empeñado en buscar apasionadamente la noticia y la verdad, y procurando que otros sigan su camino, probablemente porque, al hacerlo, en algún momento recordaba esos hermosos versos de Caballero Bonald: 'Hacia una pasión desconocida voy / no sé cómo alcanzarla, de qué forma vivirla...'.

Miguel Ángel me recuerda, por defecto, a los que en las empresas o en cualquier ámbito quieren ser líderes a toda costa. æpermil;l lo ha sido siempre sin proponérselo. Es verdad que la condición humana, desde que el mundo es tal, siempre ha necesitado líderes. Nihil novum sub sole, nada hay nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés. Así está escrito y así lo llevamos grabado en nuestro ADN. Desde el origen de los tiempos, ya en las cavernas del Paleolítico, los grupos humanos -y la empresa es uno de los muchos posibles- siempre hemos necesitado de alguien que tire del carro, haga que los demás le sigan y aporte sosiego a las organizaciones. Eso, y no otra cosa, es el liderazgo.

El liderazgo requiere, entre otras, algunas principales cosas: legitimidad, capacidad (ideológica y de propuesta) y voluntad, sobre todo para saber lo que se quiere y estar dispuesto a pagar lo que cuesta. La ausencia de algunos de esos requisitos -de todo hay en la viña del Señor- nos dará dictadores, déspotas o profetas, pero no líderes.

Probablemente, y más allá de aspectos teóricos o de modernas tesis sobre mundos basados en redes de entendimiento, en liderazgo reticular, conviene repetir que una cosa es ser líder y otra ser el más poderoso o el que manda. No suele ser lo mismo, y en muchas ocasiones, aunque se lo proponga, el jefe nunca será líder.

Después de algún tiempo en el ejercicio de su cargo (y aun desde el momento en que son nombrados), muchos de los jefes/directivos, creyéndose líderes, se sienten embriagados por los honores que reciben -que son del cargo, o de su empresa, pero no propiedad de ellos- y se comportan como el asno de la fábula, que creía que el incienso quemado ante la estatua de la diosa que portaba en su lomo se destinaba a él mismo. ¡Hay que ser burro, además de idiota! Me refiero, claro está, a esos líderes virtuales no al pobre animal.

Como antídoto contra la depresión, el líder tiene que ser humilde. Y además no debe ser estúpido. Pero estas exigencias no son fáciles de cumplir, y menos aún en estos tiempos, dígase lo que se diga, de exacerbado individualismo. Los seres humanos somos, por naturaleza, fatuos y presuntuosos y más cuando triunfamos o estamos en trance de hacerlo.

Tenemos afán de perpetuarnos, ignorando el ejemplo de Cincinato, aquel caudillo romano que, hace 2.500 años, tras derrotar a los ecuos y liberar a Minucio -es decir, cumplido su deber- abandonó la magistratura a los 16 días, volviendo a su casa y a sus labores agrícolas con las manos vacías y limpias.

El principal compromiso del líder es la lealtad y el sagrado deber de conservar y acrecentar la empresa para los que vendrán después. El líder, que debe gestionar desde la coherencia y el ejemplo, es sólo el depositario de un patrimonio y, en primer lugar, su responsable. El galardón de las buenas obras, escribió Séneca, es haberlas hecho. No hay, fuera de ellas, otro premio digno.

Vuelvo a mi amigo Miguel Ángel, un honesto periodista y un hombre cabal y demócrata, aunque menos que mi quiosquero Juan. Dice el menda que los de su gremio son los españoles más demócratas que pueblan este país, entre otras razones porque son capaces de dar cobijo y vender todas las opiniones posibles. Será verdad.

Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre

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