La confianza exige tiempo
La confianza es el activo más valioso en una relación económica. Precisa del esfuerzo de muchos años para fraguarse, y de un episodio muy efímero para desaparecer. La evidencia de que los productos financieros derivados de las hipotecas basura de EE UU estaban diseminados en carteras de inversión de medio mundo ha bastado para horadar la confianza de muchos años. Ahora, el sistema financiero se comporta como un laberinto ciego, en el que cada operador desconfía del crédito y reputación de los demás, hasta el punto de que los intercambios de liquidez se han reducido al mínimo.
La crisis de liquidez puede evitar el siguiente escalón de la cadena, la crisis de crédito, si cada institución hace transparentes sus cuentas para dar garantías de salud al resto de jugadores. Las inyecciones de liquidez de los bancos centrales, de las que había renegado al principio el Banco de Inglaterra, no pueden mantenerse muchas más semanas. Ya han comenzado a aparecer víctimas en todos los continentes. Es bueno que se conozcan. El poderoso Deutsche Bank reconoció ayer errores de gestión y contaminación que tendrán reflejo en sus cuentas, y el goteo proseguirá. Sólo cuando se conozca todo el efecto se restablecerá el crédito, tanto el tangible como el intangible.
Las cajas de ahorros han advertido que el proceso puede durar meses, y no menos de un año la absorción de los efectos en el escenario menos pesimista. Ante la sequedad del interbancario, auguran una nueva guerra por la captación del pasivo en el negocio bancario como fórmula casi exclusiva de financiación. Este encarecimiento, junto con un notable recorte del crecimiento del crédito -hablan de un punto menos de avance cada mes-, proyecta un año difícil para el negocio. El contrapunto a este análisis lo ponen las empresas no financieras, manufactureras y de servicios, que exigen una política financiera coherente con la demanda y que no ahogue el crecimiento. El mercado debe conjugar las dos posturas para evitar que una desaceleración de la actividad derive en algo más desagradable.