El legado de una empresaria con ética social
El pasado 10 de septiembre moría Anita Roddick, conocida por ser la fundadora de la cadena comercial de cosmética natural The Body Shop. Sin embargo, para todos aquellos que vemos a las empresas como un elemento importante a la hora de potenciar el desarrollo social y ambiental de las comunidades pobres, Anita Roddick era uno de los rostros de referencia.
Anita Roddick dedicó los últimos años de su vida a difundir una manera diferente de hacer negocios. La conocí en enero de 2005, durante la presentación de uno de sus libros, Tómatelo como algo personal, editado por Intermón Oxfam, y tuve ocasión de charlar ampliamente con ella sobre uno de los aspectos que nos unía, la lucha para conseguir la justicia social. Nunca olvidaré sus palabras: 'Como empresaria, no se trata de elegir entre ganar dinero o no ganarlo. ¡Claro que quiero ganar dinero! La pregunta es: ¿merece la pena ganar un poco menos, y conseguir muchas otras cosas a cambio?'. No se puede definir más claramente la responsabilidad social corporativa.
'Aquellas empresas que tienen éxito y sus responsables -decía- tienen la obligación moral de luchar por un mundo mejor'. Para ella, la responsabilidad social corporativa no era una mera declaración de intenciones o una campaña publicitaria, y las empresas deberían 'mostrar sentimientos más elevados que el temor y la codicia'. Ella nos veía, a las ONG, como uno de los garantes de la responsabilidad empresarial puesto que estamos en contacto directo con las comunidades del Sur que sufren los abusos por parte de las grandes empresas.
Denunció la explotación a que son sometidas muchas personas en los países empobrecidos por la presión de las grandes compañías multinacionales: la situación en las maquilas que producen ropa para Occidente, el turismo que permite la explotación sexual de menores, la sobreexplotación de recursos naturales Y exigía que si las compañías por sí mismas eran incapaces de apostar por modelos de producción más humanos en los que los trabajadores de las empresas subcontratadas recibieran lo justo por su trabajo y pudieran llevarlo a cabo en condiciones dignas de higiene y salubridad, sencillamente se las obligará. '¿Por qué no podemos prohibir comerciar con productos que han sido fabricados por niños esclavos?', decía.
Quiero recordar a Anita Roddick como la activista que en los últimos años reclamó a las empresas un papel activo en el desarrollo sostenible de las poblaciones pobres, en la erradicación de la pobreza y en el respeto del derecho universal a una vida digna para todos. Recordarla sólo como una simple empresaria con suerte y visión de negocio sería terriblemente injusto.
Ariane Arpa. Directora general de Intermón Oxfam