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Tribuna
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Sarkozy, Francia y la competencia

El último Consejo Europeo consagró una nueva estrella emergente, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, según el autor, que reflexiona sobre uno de sus 'logros' en este cónclave: la supresión de la mención que se hacía a la libre competencia entre los objetivos de la UE

Nicolas Sarkozy se ha revelado como una verdadera estrella en el Consejo Europeo del pasado mes de junio. No sólo por conseguir imponer su idea de un mini-Tratado en lugar de una Constitución, rechazada por los franceses en el referéndum de 2005 ('L'Europe libérale ne passera pas'), sino también por la forma en que protagonizó los debates, haciendo gala de su enorme poder de convicción frente a los recalcitrantes dirigentes polacos. Ha pasado, en cambio, casi desapercibido para el gran público otro logro, mucho más discutible, del presidente francés: haber obtenido la supresión de la mención que se hacía a la libre competencia entre los objetivos de la Unión Europea (UE).

No creo que esta supresión tenga para la UE la trascendencia que algún medio (en particular el Financial Times) ha querido darle, en la medida en que la libre competencia siga figurando en el artículo 3 del Tratado de Roma (bajo su nuevo nombre de Tratado sobre el funcionamiento de la UE) como una acción para conseguir los fines de la Comunidad (ergo, de la Unión Europea). Lo que ocurrirá, en mi opinión, es, sencillamente, que la libre competencia no será elevada a la categoría de objetivo de la Unión, como estaba previsto en el texto constitucional finalmente rechazado, pero seguirá siendo, igual que ahora, una acción específica de la misma para lograr sus fines.

Me importa, en cambio, subrayar lo que la exitosa pretensión de Sarkozy tiene de preocupante como indicio de una poco decidida voluntad reformista de su programa y posible síntoma del estado de ánimo de la sociedad francesa. Vaya por delante que soy un francófilo declarado, que he enviado a mis hijos a hacer el bachillerato francés, y que luzco en la solapa, siempre que tengo ocasión, la ordre du mérite que me concedió el presidente Mitterrand en el ya lejano 1982.

Vaya todo esto por delante, porque lo que voy a opinar -más bien a relatar- podría parecer una dura crítica de Francia, de la Francia actual. Y vaya a continuación, por similar razón, que he seguido con el mayor interés la campaña de Sarkozy porque me parecía tener la valentía de hablar claro a los franceses haciéndoles ver la necesidad de un cambio radical para salir del sopor en el que llevan sumidos ya bastantes años y convencerles de que Francia debe mejorar su competitividad en la economía global si quiere mantener la posición que ha tenido en el pasado. (Aunque me desconcertó una alusión que el candidato hizo en el debate con Ségolène Royal a un incremento de los ingresos públicos gravando ciertas importaciones).

Mi admiración por el nuevo presidente aumentó cuando, días antes de la cumbre europea, durante un desayuno, un destacado politólogo francés muy cercano a la izquierda me dio a entender que, incluso para él, Sarko era la mejor elección para el momento crítico que vive Francia.

Mi preocupación se centra, pues, en Francia. Lo realmente preocupante es que Sarkozy haya creído necesario suprimir la referencia a la libre competencia y declare que lo hace 'para reconciliar la Francia del sí con la Francia del no (al referéndum)'. Todavía peor es que lo explique preguntándose: '¿Qué ha hecho por Europa la competencia como ideología, como dogma?'. Y añada, por si quedaba alguna duda, 'la palabra protección ya no es un tabú'.

La Unión Europea no debe verse afectada por la iniciativa francesa ya que, como afirma Michel Petite, director del servicio jurídico de la Comisión, un objetivo que no figuraba como tal en el Tratado de Roma no puede desaparecer del mismo. La libre competencia, en el ordenamiento comunitario, seguirá donde siempre ha estado. Pero es enormemente inquietante para Francia que el presidente de la República, que ha basado toda su campaña en la necesidad del cambio y en la concienciación de los franceses sobre el esfuerzo que deben hacer para mantener (más bien recuperar) su papel en el mundo, a la primera de cambio, adopte esta actitud proteccionista cediendo ante lo que, desgraciadamente, parece ser la corriente todavía dominante en el electorado francés. (Una encuesta recientemente realizada por la Universidad de Maryland sobre la fe en el mercado que tienen los distintos países sitúa a Francia en el último lugar: sólo un 36% de los franceses 'cree' en el mercado, frente a una media en la UE cercana al 60%).

Jacques Attali, en su último ensayo publicado en octubre pasado (Une brève histoire de l'avenir) y cuyas ventas superan los 20.000 ejemplares -y más que debiera vender-, comienza reconociendo que 'las fuerzas del mercado están tomando las riendas del planeta' y concluye pronosticando que en los próximos decenios la democracia y el mercado se extenderán por todo el mundo.

Dedica un capítulo a Francia, preguntándose si será capaz de encontrar su lugar en el 'nuevo orden mercante' y en la nueva 'democracia planetaria', y termina profetizando -antes de las elecciones presidenciales- que el nuevo presidente de la República prometerá el cambio, pero 'se apresurará a rechazar las decisiones difíciles para no perder las elecciones legislativas del mes siguiente, las municipales del año siguiente, luego las cantonales, las regionales… hasta que el futuro, expresándose por la voz del mercado y la democracia, ejerzan su venganza'.

Ojalá no sea así, y ese futuro no tenga razón alguna para vengarse de nuestro querido vecino del norte. Por su bien y por el nuestro.

Santiago Martínez Lage. Socio director de Martínez Lage & Asociados

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