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Columna
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Submarinos de placer

Escribo a bordo del buque escuela Juan Sebastián Elcano en travesía desde Marín a Cádiz en el paralelo de Lisboa. Reflexiono sobre el hecho de que detrás de casi todos los refinamientos y exquisiteces hay por lo general trabajos llenos de dureza y riesgo, muchas veces próximos a la tortura. Así lo observaba certero Julio Cerón, quien está a punto de recuperar la columna diaria en Abc al concluir su séptimo año sabático consecutivo.

En efecto, siempre se encuentra ese punto de padecimiento, lo mismo da que se trate de la pesca del percebe que de la recuperación de un stradivarius. Pero también sucede siempre que de las posiciones de mayor fatiga para unos quieran otros hacer oportunidades en extremo placenteras. De ahí esa demanda para los viajes espaciales ofrecidos a turistas a bordo de cohetes rusos desde la estación ofrecida por Moscú, la afición por el buceo fotográfico, el afán por escalar el Himalaya o, ahora mismo, la moda de los submarinos privados surgida entre los multimillonarios, a la que se refería con algún detalle la edición del diario El País el pasado domingo.

En todo esto hay un punto de excentricidad y de descoloque, de modo que cuando muchos esforzados de la ruta, que figuran alineados en la formación de los ejecutivos mejor pagados, empezaban a alcanzar su sueño de hacerse con un yate, sus mayores a veces en edad pero, sobre todo, en parné y en gobierno, abandonan ese circuito del yate para apuntarse a otro de una nueva competición aún más exclusiva: el de los submarinos de placer. Conviene, enseguida, volver sobre esa expresión de submarinos de placer porque en principio el concepto de submarino es la suma de todos los agobios, de todas las angustias y de todas las limitaciones espaciales y hasta respiratorias. Pero las primeras informaciones disponibles confirman que el prestigio de esta nueva moda se basa en la vigencia indeleble del principio de exclusividad que, por encima de la carestía, pondera la idea de escasez y de inaccesibilidad.

Cuenta el periodista A. Craig en su crónica de El País remitida desde el estrecho de Ormuz, al que tantas cavilaciones dedicó el presidente del Gobierno Adolfo Suárez, que el lecho marino es la última frontera donde gusta gastar su dinero la gente más rica del mundo. O sea, que siempre la carestía y la escasez se erigen como último criterio y emblema distintivo, cualquiera que sea el sacrificio que comporten a quienes sigan tan escondida senda.

Mientras, recordemos algunos antecedentes como el precio exorbitante de los rigurosos ayunos a que se someten nuestros amigos en las clínicas de Marbella o de Suiza. Si se tratara de cumplir con un deber tan penoso como el de hacer una travesía en submarino iba a sumergirse quien yo me sé, pero si la cuestión es la de acceder a un privilegio de carestía desmesurada la lista de espera empieza a multiplicarse.

Qué mala suerte la de nuestros amigos ejecutivos tan meritorios, quienes cuando se encontraban a punto para que les llegara el turno de hacerse con un yate para empezar a figurar descubren que se han puesto en la cola equivocada porque ahora lo que se lleva es el submarino de placer, cuyo coste oscila entre 8,7 y 58 millones de euros. Unos submarinos que pueden llegar a tener gimnasio, bodega y observatorio. Tres elementos de los que hasta ahora se ha podido disfrutar siempre en tierra firme con toda la amplitud deseable y sin limitación alguna. Siempre nos pasa en estos asuntos como en los turnos de los establecimientos de las pastelerías Mallorca, que andan celebrando ahora sus primeros 75 años, donde después de sacar número quien cree estar en la cola del fiambre descubre el error de encontrarse por el contrario en fila equivocada de la bollería fina.

Los fabricantes y vendedores de submarinos de lujo, si es que el submarino puede formar parte de esa sorprendente cadena, dicen para favorecer el marketing que la fantasía y el sigilo son los fundamentos de este nicho del segmento náutico, pensado para dar respuesta a la particular locura de algunos supermillonarios decididos a vivir en la privación si se trata de acceder al placer más exclusivo. Atentos.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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