De la brecha al abismo digital
Naciones Unidas vuelve a poner el dedo en la llaga. Un informe de la Unctad, el principal órgano de la Asamblea General de la ONU para asuntos relacionados con el comercio, las inversiones y el desarrollo, asegura que si la ciencia, la tecnología y la innovación siguen sin llegar a los países pobres estos serán cada vez más pobres. La advertencia no es nueva. La brecha tecnológica no es una herida recién abierta, pero, lejos de curarse, se agrava exponencialmente a la velocidad con la que avanzan las nuevas tecnologías. Ya no es brecha tecnológica, sino abismo digital, una profundidad que amenaza con abocar a estos países al subdesarrollo eterno y hurtarles cualquier posibilidad de progreso.
Cómo superar este abismo es la pregunta que deberían plantearse todos los Estados y Gobiernos, los organismos y todas las instituciones mundiales, pero parece evidente que no hay interés real ni coraje político para responderla. De hecho, las tendencias son cada vez más inquietantes. Tan sólo el 3,6% de la ayuda exterior que reciben los 50 países menos adelantados del mundo se dirige a potenciar su investigación y formación. La capacidad de innovar de estos países era peor en 2001 que en 1995. Y otro aspecto alarmante: la fuga de cerebros de los Estados más pobres a los industrializados se ha convertido en un auténtico éxodo. Más de la mitad de los universitarios de las escasas facultades que hay en Haití, Cabo Verde, Gambia o Somalia han dejado sus países en busca de trabajo y mejores condiciones de vida.
Son muchas las variables que tienen que ver con la pobreza. No se trata sólo de una conexión a internet o del número de teléfonos por habitante. Otras relacionadas con la alimentación, la salud y la educación son más determinantes. Pero no cabe duda de que la tecnología es la mejor de las herramientas posibles para democratizar la educación y el desarrollo y el acceso a ellas, la única manera de que no se perpetúe la pobreza en el mundo. Es urgente actuar. No basta con denunciar y elaborar informes.