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Tribuna
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Transición energética: el camino es la meta

En el pasado, una mayor prosperidad iba siempre acompañada de un fuerte aumento del consumo de energía. Pero extender el consumo energético per cápita de Occidente al conjunto de la población mundial resulta técnicamente difícil y desastroso para el clima de nuestro planeta. De hecho, las fuentes de energía explotadas hoy en día son principalmente de origen fósil y sus emisiones pesan en nuestro medio ambiente.

Así pues, asegurar la transición hacia un aprovisionamiento energético más duradero y evitar los efectos que pueden modificar el clima son sin duda los principales desafíos a los que tendrá que enfrentarse la humanidad en el transcurso del siglo XXI. Sin embargo y a pesar del cambio climático que nos amenaza, todo parece indicar que las fuentes de energía fósiles seguirán desempeñando un papel predominante en la composición de nuestro mix energético durante los próximos 50 años. No obstante, la ponderación de las fuentes de energía va a tener que evolucionar. La denominada transición energética constituye por lo tanto una cuestión crucial.

En este sentido, ¿qué pueden aportar las energías renovables? Estamos convencidos de que el futuro les pertenece, pero por el momento, las energías renovables (incluyendo la hidráulica) cubren apenas un 3% del consumo mundial. Además, desde el punto de vista de desarrollo sostenible, no todas presentan el mismo grado de conveniencia. En el caso de los biocarburantes (bioetanol, biodiésel), que han surgido recientemente con fuerza en el debate público, la densidad energética de la fotosíntesis es netamente inferior a la de la energía solar o eólica y su método de producción mediante agricultura intensiva plantea otros problemas.

Así pues, entre las tecnologías que pretenden resolver el problema de la energía, no todas estarán en condiciones de satisfacer a largo plazo las expectativas que suscitan.

Una solución mucho menos espectacular que la búsqueda de nuevas energías consiste en utilizar más eficazmente las que ya existen. Mejorando la eficiencia en términos de transformación, pero también en términos de uso de energía, como técnicas de construcción y transportes, se puede alcanzar, según diversas estimaciones, un ahorro de energía del 30% al 60%, sin una reducción significativa de la potencia. Sólo en Estados Unidos, según el Departamento de Energía norteamericano, se puede llegar a ahorrar anualmente 6,6 teravatios/hora de energía en carteles luminosos comerciales, recurriendo sistemáticamente a tecnologías LED de bajo consumo, lo que representa aproximadamente la mitad de la producción anual de una central nuclear de diseño ultramoderno (como el proyecto actualmente en curso en Olkiluoto, Finlandia).

En lugar de centrarse, pues, en un objetivo lejano de un aprovisionamiento de energía basado exclusivamente en recursos renovables, es mejor centrar la atención en la fase de transición hacia una combinación más duradera de fuentes de energía, es decir, en la transición energética propiamente dicha.

De hecho, antes que introducirse precipitadamente en la brecha de las denominadas nuevas energías, a la hora de construir una cartera de inversión conviene elegir empresas que dispongan de competencia técnica apropiada y medios necesarios para participar activamente de esta transición energética. Desde el punto de vista del inversor, una cuidadosa selección de los títulos constituye una importante condición para el éxito. Y más aún teniendo en cuenta el riesgo de que un excesivo número de inversores al acecho de escasas oportunidades de inversión en el campo de las energías renovables haga subir los precios a niveles poco razonables.

Christoph Butz. Experto en desarrollo sostenible de Pictet Asset Management

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