Destrozar un hotel, último grito en terapia antiestrés
40 personas descargaron ayer su tensión con ocasión de la reforma del NH Alcalá
Hasta ahora era algo reservado a los chicos malos del rock, ese reducido club de malcriados millonarios, famosos por sus excesos destructivos. Pero los tiempos han cambiado. En lugar de estrellas pasadas de rosca, un total de 40 respetables empleados bancarios, profesores y trabajadores de distintas áreas se reunieron ayer en un hotel de lujo en Madrid -el NH Alcalá- para tirar televisores, demoler paredes y asolar el establecimiento al más puro estilo mad max.
La idea era facilitar a los empleados más estresados la oportunidad de destrozar a martillazos todas las dependencias del hotel, al mismo tiempo que se aprovechaban sus esfuerzos para preparar la inminente rehabilitación del hotel. Así, lo que comenzó como un hábil acontecimiento mediático pronto derivó en un caos, cuando los participantes comenzaron a entrar en calor martillo en mano. El estruendoso sonido de los televisores al explotar atrajo particularmente a los participantes, poco preocupados por el tópico supersticioso que augura que romper un espejo trae mala suerte. Mientras, fotógrafos y periodistas se mantenían a una distancia prudencial en el umbral de las puertas.
Alrededor de 1.000 personas de toda España intentaron formar parte de este equipo de demolición poniéndose en contacto con el hotel de la cadena NH y enumerando las desgracias de sus, en su opinión, poco afortunadas vidas. El grupo de candidatos que ayer maltrataron el NH Alcalá era muy heterogéneo: desde jóvenes estresados por seguir viviendo en casa de sus padres, hasta taxistas 'hartos de la M-30', ex fumadores 'con el mono', y ejecutivos de mediana edad, abrumados por un exceso de responsabilidad laboral.
Para llegar a formar la cuadrilla de deroombadores, los solicitantes tuvieron que pasar tres tipos de pruebas: una física, en la que golpeaban un punching ball con forma de jefe mientras gritaban el motivo de su estrés; una médica, con la toma de la tensión y el pulso, y una psicológica. De cada seis candidatos se escogían cuatro, basándose principalmente en la última prueba, que consistía en la valoración de las situaciones más estresantes padecidas por los participantes, como desempleo, época de exámenes, préstamos, hipotecas, infidelidad, exceso de trabajo e incluso preparación de vacaciones.
Mientras que los no seleccionados fueron invitados a desayunar y obsequiados con un detalle, los elegidos fueron distribuidos por el hotel para comenzar a destrozar todo lo que encontraran a su paso, 'excepto suelos y ventanas', tal y como les instruyeron los organizadores.
Entre los seleccionados estaba Ignacio, agobiado por la compra de una vivienda y Jorge, desempleado y a punto de ser padre. Al acabar la actividad, en la que se destrozó todo el mobiliario de la primera planta, el hall y el bar, los seleccionados acusaban el cansancio, aunque Julio, de 38 años, estaba mejor que al principio y auguraba que iba a llegar 'como un guante a la oficina'. 'Ha sido una experiencia muy buena, aunque no cambiaría mi trabajo por el de derrumbador', afirmaba Ignacio. Los 40 elegidos recibieron la ayuda de albañiles en los trabajos más complicados.