En Bolsa, como en las tragaperras
Las burbujas financieras tienen en común que se forman con altas dosis de irracionalidad. Bien es verdad que los movimientos del mercado no se explican siempre con argumentos racionales, pero entre el valor real de un activo y lo que refleja la Bolsa puede mediar un abismo absurdo y desproporcionado por el que antes o después el inversor se acaba precipitando.
La de la Bolsa china es la burbuja del momento, pero no hace mucho que hemos visto pincharse la burbuja bursátil de las inmobiliarias españolas. Por no hablar del desastre de 2000, cuando los inversores despertaron del sueño de las puntocom para caer en una pesadilla de tres años.
El fenómeno de China es puramente doméstico. El dinero está entrando en la Bolsa de forma masiva, proveniente de cuentas corrientes y depósitos, en un proceso que va en paralelo con la creciente urbanización de la población y el desaforado desarrollo económico del país. Pero la irracionalidad, como en toda burbuja, campa a sus anchas por los parqués. Ávidos de dinero fácil, los inversores no perciben los riesgos de la Bolsa y quieren participar de un mercado que sube a golpe de movimientos especulativos.
Las acciones no suben por las perspectivas de las compañías. No hay discriminación. Si hoy sube un sector es porque le toca subir, en una rotación totalmente aleatoria. Mañana se disparará una compañía porque en su código bursátil tiene dos ochos, el número de la suerte según la superstición china.
Y así, jugando a la Bolsa como el que juega a las tragaperras, el inversor chino ha llevado a la Bolsa de Shanghai a ganar un 144% en 12 meses con una valoración por PER de 42 veces. Los compañeros emergentes de China en el acrónimo Bric tienen valoraciones notablemente inferiores: Brasil, de 13 veces, Rusia, de 11, e India, de 23.
China es un actor de relevancia creciente en la economía mundial. Y eso es lo preocupante: que la formación de la burbuja puede ser doméstica, pero las consecuencias de lo que suceda en China serán cada vez más globales.