'No hay un buen experimento del cambio climático, sólo opiniones'
Defiende la separación entre investigación pública y privada, critica los 'matices religiosos' que a veces tiene la ciencia y, aunque está 'preocupado' por el calentamiento global, advierte que 'no se puede calcular con fiabilidad'.
Tiene una visión práctica de la ciencia y la defiende con denuedo frente a quienes atribuyen a esta rama del saber una capacidad exagerada para la comprensión del mundo. Robert B. Laughlin (Visalia, California, EE UU, 1950) ganó el premio Nobel de Físicas en 1998 por su explicación del efecto Hall cuántico, y es catedrático en la Universidad de Stanford (California). Acaba de publicar Un universo diferente (Katz Editores), un libro 'sobre lo que está bien y lo que está mal' en ciencia y en política. Habla despacio y elige las palabras con cuidado, pero no tiene miedo a la polémica que puedan levantar: 'Mi agente me ha dicho que eso vende libros'.
Los científicos europeos están planteando la necesidad de que los sectores público y privado colaboren más estrechamente en investigación, siguiendo el modelo estadounidense. ¿Cuál es su opinión?
No creo que sea el camino, es una relación problemática. Cuanto más valioso es algo, más importante es tenerlo en propiedad y por eso a las empresas no les gusta que los profesores conozcan su tecnología. Los profesores, por su parte, normalmente investigan para crearse un nombre, pero cuando trabajan con una empresa están obligados a dar algo a cambio.
'La universidad debe generar gente valiosa, la tecnología es cosa de empresas'
¿Cuál debe ser el objetivo de la inversión pública en I+D+i?
Es útil si se quiere tomar prestado conocimiento que ya está inventado. La tecnología es cosa de las empresas; los hechos muestran que los grandes avances surgen ahí, con la excepción de los temas militares. En el sector público lo valioso es la gente. La única relación que debe haber entre universidad y empresa es a través de los estudiantes. Debemos asegurarnos de generar gente valiosa, que podamos vender a las empresas. Mi visión es más favorable al libre mercado de lo habitual entre los catedráticos de EE UU.
En su libro critica algunas teorías muy en boga en la física, como la de cuerdas o la computación cuántica.
El valor de la ciencia viene de que sea cierta, y para eso hay que probar la teoría. Yo fabrico un montón de teorías extrañas, pero siempre me centro en el experimento. Es como un test de mercado. El problema es que a veces el modelo de negocio de los profesores es crear ideas y conseguir financiación del Gobierno, sin test de mercado. Y cuando eso ocurre, el experimento no intenta ser correcto, sólo popular, que es lo que está pasando con algunas teorías físicas.
Usted lo relaciona con el parecido que tiene a veces la ciencia con la religión.
La idea me la dio mi hijo, que vio en un capítulo de la serie de animación South Park cómo, en el futuro, habría varias tribus de científicos peleándose por ser la única verdadera. La ciencia tiene matices religiosos cuando se habla de encontrar la 'verdad definitiva'. Los veinteañeros lo encuentran muy atractivo, porque las ideas sencillas y bellas son más fáciles de creer que las ideas feas y complicadas. Es muy fácil inventarse creencias que sean falsas, pero se vendan muy bien.
Una de esas teorías para todo es, a su juicio, la teoría de la evolución, que en EE UU provoca una gran controversia.
La teoría de la evolución es fácil de atacar porque no es ciencia. Ciencia es la genética, cómo manipular los genes para que los animales o las plantas sean de una forma u otra. Lo que ocurrió en el pasado, cuando ni siquiera existían los hombres, no lo es, porque no se puede repetir, no se puede hacer un experimento. Tengo mi opinión sobre cómo creo que fueron las cosas, pero la polémica entre creacionismo, diseño inteligente y evolución no deja de ser una discusión sobre creencias. En todo caso, como a mucha gente en Estados Unidos, no me gusta la alianza política entre conservadores y religiosos.
¿Es una 'creencia' también el cambio climático?
Hay un hecho, y es que el dióxido de carbono está cambiando la atmósfera, y se está produciendo un calentamiento. Pero no se puede calcular con fiabilidad cuánto se está calentando, porque el clima depende fundamentalmente de los océanos y los simuladores de dinámica de fluidos son muy pobres. No hay un buen experimento del cambio climático, sólo opiniones y política. Hace años el Departamento de Energía de Estados Unidos, contrario a las leyes ambientales, dio subvenciones para que se comprobara el enfriamiento de la Tierra. Y los científicos, claro, lo demostraron... con un modelo poco fiable.
¿Cuál es su opinión personal?
Yo estoy bastante preocupado, porque creo que el calentamiento sí es grave. Pero es un asunto complejo, porque las leyes ambientales suelen ser malas para los pobres y buenas para la clase media. Cuando cierra una empresa los empleados son los que más pierden.
'El 'big bang' es una palomita de maíz'
Cuando se agotan las ideas nuevas, los científicos tienden a creer que queda poco importante por descubrir, que es el fin de la ciencia. Ocurrió poco antes de Einstein y ocurre ahora, aunque Roberts B. Laughlin defiende que no es así en su libro Un universo diferente, en el que combina análisis técnicos con anécdotas de la vida cotidiana.A su juicio, la única frontera que se ha alcanzado es la del 'pensamiento reduccionista', que busca teorías últimas o definitivas. Una de ellas es el big bang, que el Nobel compara con 'una palomita de maíz, que también se forma en una explosión, y tiene forma de galaxia. En una explosión las ecuaciones son inestables, con lo cual tiene muchas soluciones, o sea, muchas teorías. Una explosión no es una teoría.'Laughlin propone fijarse en las 'propiedades emergentes', las que surgen de la organización de grandes cantidades de átomos, que sí resultan comprensibles, y que pierden su exactitud cuando se la examina de cerca. En dicha categoría incluye las grandes leyes de la física, como la de la gravitación universal.