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Tribuna
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Las escuelas de negocio y el reto de la tecnología

Decana de las escuelas de negocio, la Wharton School, creada en 1881, sigue encabezando en 2006 el ranking de los mejores programas de dirección de empresas (MBA) en el mundo, seguida por Harvard Business School, que se fundó en 1908. De los 20 indicadores que considera el Financial Times para establecer este ranking, Wharton lidera en doctorados y Harvard en investigación.

Entre las 30 primeras, 16 son americanas, y de las 10 europeas, tres son británicas y otras tres son españolas: una de éstas lidera el ranking mundial en lo que se refiere a la carrera profesional de los egresados, y las tres destacan por su carácter internacional y multilingüístico. Las posiciones muy retrasadas que ocupan en los rankings de los indicadores de investigación y de doctorados sobre temas empresariales no les impiden estar en el pelotón de cabeza en calidad de la preparación para afrontar con pragmatismo al reto de la globalización.

Si nos interesamos por la situación en las universidades, según el ranking de The Times, entre las 30 primeras, encabezadas por Harvard, 14 son americanas y nueve son europeas (seis británicas), pero en este caso ninguna es española. Hay que descender hasta el puesto 183 para encontrar la primera universidad española. En otro ranking universitario, de la Universidad de Shanghai, la primera española está en el puesto 165. ¿Cómo se explican dos trayectorias tan diferentes en la enseñanza superior española?

Los MBA se iniciaron en España a mediados de los sesenta en estrecha colaboración con las instituciones que lideraban este mercado en EE UU, y en pocos años han conseguido una calidad comparable y hasta una ventaja comparativa en ciertos aspectos como el ya señalado de la internacionalización, y en otros no menos importantes que se refieren al sentido de la responsabilidad social y a la ética empresarial.

Las escuelas de negocio europeas, y en especial las españolas, han aprendido a contrarrestar el poder hegemónico americano, desarrollando estrategias formativas que se inscriben con eficacia en el proceso de globalización. El directivo minimizador de costes, tayloriano en sus fundamentos y deshumanizado en sus comportamientos, que durante décadas se presentó como prototipo de las escuelas americanas, está dando paso a un estratega pragmático, más consciente de sus responsabilidades sociales y ambientales y mejor preparado para asimilar la diversidad cultural del mundo económico contemporáneo. Como ocurre con frecuencia, nunca sabremos si fue primero el huevo o la gallina, pero es evidente que el éxito de las escuelas de negocio y de la modernización y de la globalización de la empresa española la última década están estrechamente interconectados, y que los egresados de las escuelas de negocio están encontrando oportunidades inmediatas para poner en práctica las enseñanzas recibidas.

La empresa española, tanto en los servicios financieros, como en los sectores básicos de la construcción, de la energía y del transporte, o en los sectores más competitivos del turismo y del ocio, está transmitiendo señales claras de una capacidad profesional que sorprende en los centros tradicionales del poder de las grandes empresas, en Nueva York, Londres o París.

La experiencia de estos últimos años también parece confirmar la calidad de los servicios de consultoría económica que han facilitado la expansión de la empresa española en Latinoamérica, y ahora en la UE y hasta en EE UU y Australia.

Las escuelas de negocio, que hoy están exultantes, y con razón, harían bien en fijarse en lo efímero que puede ser un liderazgo cuando el líder acaba convenciéndose de la superioridad de su modelo y de su valor permanente e indiscutible. Por suerte para la competencia, la perfección es inalcanzable.

Llevar la internacionalización a las aulas de las escuelas de negocio era indispensable, y de manera más o menos consciente se ha conseguido, y ha sido una clave importante de éxito formativo y empresarial en España. Pero quedan nuevas asignaturas pendientes, y la más urgente es la de llevar también la tecnología a esas mismas aulas. En el siglo XXI, las escuelas de negocio de éxito tendrán que encontrar el camino difícil de la introducción de la flexibilidad y de la potencialidad de la tecnología en la mente de los futuros directivos y empresarios.

Para conseguirlo, un acercamiento hacia la universidad parece indispensable. ¿Podrá este proceso llevarse a cabo en el contexto de un sistema universitario español anquilosado por una excesiva regulación pública? ¿Conseguirán las escuelas de negocio despertar a las universidades científicas y tecnológicas de España? Lo que está en juego es, nada más y nada menos, que el futuro de la economía española. Sin acumulación de capital humano y tecnológico no habrá crecimiento posible de la riqueza en la economía del conocimiento.

Emilio Fontela. Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Económicas y Empresariales de la Universidad Antonio de Nebrija

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