Paul Wolfowitz debe irse
El escándalo en el que se ha visto envuelto el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz -investigado por favorecer a su novia, funcionaria de la institución- ha dañado, según el autor, lo que debería ser el principal valor del cargo que ocupa, la credibilidad. En su opinión, a Wolfowitz no le queda otra salida que la dimisión
La reunión bianual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) que tuvo lugar en Washington el pasado fin de semana ha estado marcada por el escándalo que ha salpicado al presidente del Banco Mundial, el estadounidense Paul Wolfowitz. Según las informaciones publicadas en los últimos días, a su llegada al Banco Mundial, Wolfowitz se involucró directamente en una promoción y subida salarial de su compañera sentimental, la ciudadana británica Shaha Ali Riza.
De acuerdo con las regulaciones internas del Banco Mundial, los esposos y compañeros sentimentales no pueden supervisarse unos a otros ni pueden trabajar bajo la misma línea de autoridad. Riza trabajaba antes de llegar Wolfowitz al Banco Mundial en el departamento de Oriente Próximo y Norte de África. Como presidente del Banco Mundial, Wolfowitz supervisa a todos los empleados, por lo que tuvo que anunciar su relación con Riza. El comité ético del consejo de dirección del banco sostuvo que Riza debería de ser trasladada a otro puesto fuera de su supervisión.
En un principio, Wolfowitz solicitó que se la autorizase a continuar trabajando en el mismo departamento y ofreció a excluirse de decisiones que afectasen a su salario y condiciones de trabajo. Esta solución no se consideró satisfactoria y, de acuerdo con los documentos publicados esta semana, el comité ético recomendó que se la promocionase, pero no se sugería, contrariamente a lo que los ayudantes de Wolfowitz anunciaron la semana pasada, que también se le subiese el salario.
Pese a esta recomendación, Wolfowitz decidió ordenar al vicepresidente de recursos humanos del Banco Mundial, el español Xavier Coll, que ofreciese a Riza una promoción y además una subida salarial muy por encima de la que acompañaría a una promoción a ese nivel, así como una garantía de subidas salariales del 8% anual a partir de ese momento y un compromiso de que se la volvería a promocionar cuando volviese al Banco Mundial. La decisión final fue asignarla al Departamento de Estado de EE UU y subirle el salario en casi 61.000 dólares, dejando su remuneración anual en 193.590 dólares libres de impuestos (un sueldo más alto que el de la propia secretaria de Estado, Condoleezza Rice).
Esta decisión se enmarca dentro de la polémica gestión de Wolfowitz en el Banco Mundial desde su nombramiento, que también fue muy controvertido. Se ha rodeado de una guardia pretoriana de outsiders con personalidades volátiles y estrechos vínculos con el Partido Republicano (como sus asesores Robin Cleveland y Kevin Kellers, a los cuales contrató con el salario más alto del Banco Mundial saltándose los canales establecidos) y dejando de lado a figuras claves del Banco Mundial, lo que ha llevado a la dimisión de aproximadamente 12 directivos del más alto nivel, incluidos el director gestor de la institución, el asesor legal, el director financiero y seis vicepresidentes, lo que ha causado un gran descontento dentro de la institución. Al mismo tiempo, Wolfowitz se ha enfrentado con el consejo de dirección y con algunos países miembros, particularmente por su campaña contra la corrupción, que hizo saltar las alarmas por la posible politización de las decisiones del banco.
Las alegaciones sobre Riza han dañado lo que debería de ser el principal valor del presidente del Banco Mundial: su credibilidad. La capacidad de acción del banco depende no sólo del dinero que distribuye a países en desarrollo sino también de su legitimidad como líder en los proyectos de desarrollo, incluyendo su papel como campeón del buen gobierno. La decisión de Wolfowitz refuerza la desconexión entre lo que él y el Banco Mundial exigen de los países en desarrollo (buen gobierno, transparencia y controles) y los procedimientos internos del propio banco. Para ser creíbles deberían de ser los primeros en aplicar lo que predican y ser ejemplo de buenas prácticas. Mientras Wolfowitz se mantenga en el puesto esto no será posible ya que carece de credibilidad interna y externa.
En estos momentos el comité ejecutivo del Banco Mundial continúa con su investigación del caso, que incluye la posible violación de las normas internas del banco, por favoritismo que bordea el nepotismo y un intento de tratar de ocultar la verdad. Más que suficiente para exigir su salida. Sin embargo, Wolfowitz sigue contando con el apoyo del Gobierno de EE UU y de países africanos. Los países europeos, particularmente Alemania y Reino Unido, han sido los más enérgicos en exigir su marcha, pero no han presentado un frente común (Francia y España sorprendentemente han sido de los menos activos en contra de Wolfowitz). Es de esperar que Wolfowitz sepa anteponer los intereses del Banco Mundial a los suyos propios y dimita. Si él no lo hace, el consejo debería destituirle.
Sebastián Royo. Decano en la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid y codirector del seminario de Estudios Ibéricos de Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard