_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Hasta cuándo aguantaremos?

En medio del disparate político sin sentido en que el PP y sus acólitos, heraldos o profetas mediáticos quieren instalar en la vida española (no sin contento de los estrategas de Moncloa) se van perfilando diversas escuelas de pensamiento. La primera postula una actitud de conllevanza, al modo orteguiano. Propugna un activo entrenamiento para conllevar mejor aquellos fenómenos que, de todas maneras, van a habitar entre nosotros. En esta escuela se adivinan algunos trazos de la resignación cristiana y de la estela de aquella admirable parábola evangélica del trigo y la cizaña.

Para los que no estuvieron ese día en la catequesis, recordemos cómo el Señor después de escuchar a los siervos fervorosos, que a la vuelta de sus campos le proponían arrancar la cizaña sembrada en la noche por algún enemigo, les sorprende descartando ese proceder sumarísimo. Les explica que con tan expeditivo proceder se correría el riesgo de arrancar también involuntariamente el trigo. Por eso decide aguardar a la recolección de la cosecha para discriminar mejor. Sólo cuando llegue la siega, les dice, será el momento de separar el trigo de la cizaña. Entonces, el trigo será guardado en los graneros y la cizaña entregada al fuego.

Como siempre -y la parábola vuelve a confirmarlo- el poder está íntimamente relacionado con la administración de los tiempos. Es el Señor quien decide cuándo hay separar la cizaña del trigo: si procede arrancarla inmediatamente, al advertir sus primeros brotes, o si es mejor aguardar hasta la siega de modo que pueda separarse mejor sin perjuicio del trigo. La decisión es relevante sobre todo si la cizaña, como mala hierba que es, desarrolla un fuerte carácter invasivo. Los partidarios de la conllevanza tienden a subrayar que la buena marcha de la economía en España ha proseguido imperturbable en medio de la procelosa navegación de la política.

Pero los analistas más exigentes insisten en que economía y política no son de modo indefinido variables independientes. Está comprobado que pueden registrarse durante algunos periodos temporales bien acotados abiertas divergencias entre el registro que alcanzan los valores de una y otra variable. Pero esas discrepancias cuando llegan a un punto de saturación tienden a sufrir correcciones bruscas de modo súbito. Es decir, que la incógnita que nos aflige es la de hasta cuándo podrá prolongarse la inclemencia de la presente estación climático-política sin que afloren consecuencias negativas para la economía.

Enseguida se recurre al caso italiano. Nos tuvieron machacados durante varios lustros con el lema de que 'cuanto menos Gobierno mejor' y para ilustrar la exactitud de ese desiderátum liberal-nihilista siempre señalaban a Italia. Disfrutaban nuestros maestros ciruela dando cuenta de las maravillas de la economía, la empresa y las finanzas italianas, en idílica coexistencia con el inmanejable caos político de nuestros hermanos mediterráneos. Pero al cabo de algún tiempo hubimos de salir de semejante encantamiento golpeados por las brigadas rojas, asustados por el renacimiento de la mafia y obligados a saludar como presidente del gobierno al Berlusconi de todos los desmanes.

Al recuperar la consciencia verificamos la vigencia del principio según el cual la naturaleza tiene horror al vacío. Es decir, en nuestro caso, que el desgobierno dañaba gravemente el proceso económico italiano. El caos político resultaba ser un valor sustraído que mermaba todas las demás dimensiones del país y le situaba en clara desventaja competitiva. De manera que convendría aplicarnos cuanto antes el cuento italiano porque el bucle en que vivimos, por decirlo en los términos de la jerga televisiva, tiene su tiempo tasado y sólo el regreso a la normalidad -de la discrepancia pero también de la concordia- permitirá la prórroga de la buena situación económica que ofrece nuestro país.

Si nos empeñamos en el desastre conseguiremos contagiar al mundo de la economía y de la empresa la desconfianza y perderán su actual energía de proyección. Entonces de nada servirá llorar sobre la leche derramada.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_