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¿Por qué se alejan de nosotros los líderes?

La intervención del presidente del Gobierno, respondiendo a las preguntas de casi medio centenar de ciudadanos, ha protagonizado la actualidad mediática. Al margen de si conoce realmente lo que cuesta un café en España, quizá lo más destacable fue la actitud de Rodríguez Zapatero. Altivo, distante, lejano, muy lejano, sobre todo de la realidad cotidiana de los ciudadanos de a pie. Dicen que al final de su intervención estuvo conversando con los participantes en el programa de televisión, pero hubiera sido un gesto mucho más gratificante para los más de seis millones de espectadores que congregó frente a la pequeña pantalla, que hubiera demostrado cercanía en directo, a pesar de ese gesto tan antinatural de tutear a los presentes en el plató. Lamento haberme llevado esa imagen, tan propia de nuestros líderes ya sean políticos o empresariales, que una vez alcanzado cierto estatus profesional o de poder, se encierran en su torre de marfil y viven ajenos a todo lo que acontece en el exterior.

Desgraciadamente, es un mal que no sólo afecta a la clase política, aunque sea ésta una especie sometida a permanente examen, sino cualquier profesional que recibe como dote en su ascenso un despacho pierde la noción de la realidad. Aunque hay excepciones como en todo y no se puede generalizar, dejan de tomar café con sus antiguos compañeros, y absortos con el día a día de sus responsabilidades, que nadie duda de la presión por la obtención de resultados a corto plazo, se aíslan dentro de una burbuja, y al final acaban por no saber ni lo que cuesta un cortado de la máquina de la oficina. La lejanía no se produce de forma inmediata, es algo que va sucediendo poco a poco, lentamente, y estoy convencida que llega sin querer. Y cuando se ha instalado ya no tiene remedio. Recuerdo que hace un año durante una junta de accionistas, mientras el presidente de la compañía exponía a los accionistas todos los logros que habían conseguido a lo largo del año, una azafata sufrió una bajada de tensión y se desmayó casi a los pies de este ejecutivo. El estruendo de la caída alertó e inquietó a los allí presentes menos al ejecutivo que prosiguió con su discurso y ni se inmutó. æpermil;l estaba ensimismado en su mundo, y cuando hubo acabado el acto se preocupó por el estado de salud de la joven. No sé cual hubiera sido la reacción del presidente de Gobierno si en el plató se hubiera desmayado alguien.

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