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Tribuna
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Italia, el enfermo de Europa

La última crisis del Gobierno italiano ha generado nuevas incertidumbres en torno al rumbo del país y las perspectivas de sus reformas económicas. Dadas las diferencias ideológicas de los partidos de la coalición arco iris y la mayoría minúscula que tenía en el Senado, esta crisis no fue una sorpresa. La sorpresa, si acaso, fue que la coalición durase tanto tiempo.

La situación que se encontró Romano Prodi al llegar al Gobierno era objetivamente mala. Su antecesor, Silvio Berlusconi, había estimado un déficit presupuestario de un 3,8% del PIB para el 2006, que quedó corto ya que el verano pasado alcanzó un 4,1% (y eso sin contar el grado de endeudamiento de los Gobiernos regionales y locales, que se desconoce). A ello se añade una deuda nacional monstruosa, de un 108% del PIB (unos 1,6 billones de euros), un crecimiento anémico de la economía (un 1,3% del PIB el año pasado) y una inflación anual del 2,5%, alta para un contexto de crecimiento tan bajo.

El nuevo Gobierno de izquierdas se planteó dos objetivos: un crecimiento del 2% y conseguir este mismo año el máximo del déficit establecido por el Pacto de Estabilidad, un 3%. La necesidad de reducir el déficit llevó al nuevo ministro de economía, el prestigioso tecnócrata Tommaso Padoa-Schioppa, a recortar el gasto con urgencia en una ley complementaria de los Presupuestos de 2006 para evitar que el déficit rondara el 5% del PIB a finales del año pasado.

Al mismo tiempo, el Gobierno italiano está tratando de introducir medidas para estimular el crecimiento, incluyendo una de sus promesas electorales de reducir en cinco puntos el llamado cuneo fiscal, que es la diferencia entre lo que recibe el trabajador y paga el empresario para mejorar la competitividad de las empresas italianas.

Como consecuencia de las rigideces y la falta de competencia, Italia tiene los precios de gasolina y electricidad más altos de la UE, y en el sector servicios los precios aumentaron un 15,3% entre 2001 y 2005 (comparado con un 13,7% en la zona euro). Hasta hace poco en Italia no te podías cortar el pelo los lunes, cerrar una cuenta de banco sin pagar una penalización importante, recargar tu teléfono móvil sin pagar altas tasas o abrir más de un número limitado de panaderías o farmacias en una ciudad. Esto explica en parte el anémico crecimiento.

Con el fin de atacar este problema el Gobierno ha aprobado medidas liberalizadoras (los llamados decretos Bersani) que afectan a todas estas áreas. El objetivo último es aumentar la competencia y reducir la burocracia, con el fin de bajar los precios. Estas medidas ya han tenido impacto: desde la aprobación de las medidas se han creado 500 nuevas panaderías y 800 nuevos establecimientos venden fármacos, incluyendo el Carrefour que los está vendiendo a un 20%-30% más baratos.

La pérdida de competitividad es precisamente otro de los grandes retos para el país. Italia, que durante las décadas de los setenta y ochenta floreció gracias al éxito de sus miles de pequeñas empresas exportadoras, parece estar mal equipada para confrontar los retos de la globalización, ya que produce productos que pueden ser fácilmente replicados en Asia a una fracción del coste. Además sus pequeñas empresas, basadas en unidades locales y familiares (con las ventajas y desventajas que tal modelo conlleva), están teniendo dificultades en emular a sus vecinos europeos (por ejemplo, trasladando la producción a otros países de costes más bajos). Como consecuencia, la participación de Italia en el comercio mundial ha decrecido de un 4,6% en 2005 a un 2,7% en 2006.

Las soluciones a estos retos no serán fáciles. Italia debería de concentrarse en nuevos segmentos de mercado y de producción más sofisticados y tecnológicamente avanzados, tendría que mejorar su sector de servicios, empezando por el de turismo, que esta perdiendo ventaja competitiva, así como flexibilizar su mercado laboral que es una de las razones de sus altos costes (en los últimos cinco años los costes laborales en Alemania han descendido casi una cuarta parte en relación a los de Italia) y acometer reformas estructurales en áreas como el sector público y las pensiones para reducir la deuda y el déficit.

En los últimos meses Italia se ha beneficiado del boom alemán (la economía creció un 4,5% en el ultimo cuarto del 2006), pero éste es el resultado de un efecto cíclico que no resuelve ninguno de los problemas estructurales del país. Siguen siendo imprescindibles las reformas. El gran problema es que la renovada coalición de Gobierno carece de la homogeneidad y la mayoría para pasar a reformas profundas. Además su integración en el euro les impide recurrir a las tradicionales devaluaciones competitivas (lo que ha llevado a algunos a defender la salida de la Unión Monetaria). Sin embargo los problemas del país son eminentemente solucionables. Lo que hace falta es la voluntad política de resolverlos.

Sebastián Royo Decano de la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid y codirector del seminario de Estudios Ibéricos del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard.

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