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Aniversario

Europa busca su lugar

En el mundo plano de las nuevas tecnologías, los codazos entre las superpotencias pueden sacar a alguna de ellas del escenario global. Y la Unión Europea celebra el 25 de marzo su 50 aniversario más pendiente de no caerse de la tarima que de ocupar la parte central. En las cinco décadas transcurridas desde que se firmó en Roma el Tratado de la Comunidad Económica Europea, EE UU se ha impuesto como hiperpotencia mundial; Rusia atraviesa un desierto de incierto destino y China, India o Brasil comienzan a tutear a las antiguas metrópolis colonizadoras.

Mientras tanto, las potencias europeas, convalecientes de dos guerras fratricidas y conscientes de su pérdida de influencia en el planeta, se embarcaban en un experimento sin precedentes de democracia transfronteriza y soberanía compartida.

El fruto, además de 80.000 páginas de normativa comunitaria y un lastre arquitectónico tan horroroso como el de la extinta Unión Soviética, ha sido la primera unificación pacífica del Viejo Continente, la supresión de fronteras y aduanas y la puesta en circulación de una moneda común.

La opinión pública ha ido asustándose ante las presuntas injerencias de Bruselas en la vida comunitaria

'No podemos culpar al resto del planeta por querer ser más competitivos', señala el comisario de Economía, Joaquín Almunia

Es mucho. Pero esos éxitos no garantizan a la UE de 27 miembros y 492 millones de habitantes un lugar privilegiado en el planeta durante los próximos decenios. 'Es un hecho que EE UU seguirá siendo una economía pujante y los países en vías de desarrollo acortarán distancias', señalaba ayer el comisario europeo de Economía, Joaquín Almunia, durante una conferencia del semanario The Economist sobre el 50 aniversario. 'Y no podemos culpar al resto del planeta por querer ser más competitivos'.

Para Almunia, la pérdida de riqueza relativa de la UE no debe provocar reflejos proteccionistas. 'Dejémonos de mensajes defensivos porque Europa sigue siendo el jugador más importante en casi todos los terrenos'. El socialista Klaus Hänsch, eurodiputado alemán desde 1979, pidió durante el mismo acto que la UE mire hacia el exterior. 'En los últimos 50 años, Europa ha crecido alrededor de la idea interna de prosperidad y democracia. Ahora es una fuerza global que debe asumir sus responsabilidades globales'.

Pero la Unión no parece equipada para ese salto. Por lo pronto, presenta claras carencias en el terreno militar. 'Si Europa quiere tener una política autónoma y liberarse de la tutela a veces demasiado pesada de EE UU deberá asumir su defensa por sí sola', ha recomendado el pensador Tzvetan Todorov. Ese salto choca con la vocación pacifista de varios socios y con la ausencia de una política exterior común.

Los 27 tampoco han logrado hasta ahora traducir su integración económica y monetaria en una verdadera unión política. Al déficit democrático de las instituciones comunitarias se une la ausencia de partidos políticos o medios de comunicación de ámbito europeo. Y la opinión pública, lejos de reconocer a Bruselas como una tranquilizadora referencia, ha ido asustándose ante sus aparentes injerencias en la política nacional.

La Constitución europea estaba llamada a superar esa brecha. Pero su descarrilamiento ha desbaratado, quizá para siempre, la posibilidad de un salto cualitativo en el modelo de integración.

La crisis institucional aumenta la inoperancia del club y puede agravarse si no se consigue en los próximos meses un acuerdo sobe su reforma. No falta quien pida, mientras tanto un respiro para profundizar la unión, aunque para muchos observadores el mayor éxito de la UE es su expansión. 'La ampliación es la construcción de los Estados Unidos de Europa', ha dicho Thomas Friedman, autor del reciente best seller El mundo es plano. 'Y en mi opinión, dos estados unidos es mejor que uno'. Parte del planeta, por tanto, confía en que Europa no haga mutis por el foro al menos durante otros 50 años.

Maastricht sustituye a Waterloo

La Unión Europea ha creado una geografía de la paz en la que los hitos sangrientos de la historia del continente, como Waterloo o Trafalgar, se empiezan a olvidar en favor de Schengen o Maastricht. La ciudad holandesa y la luxemburguesa fueron escenarios en 1985 y 1991, respectivamente, de soporíferas batallas diplomáticas en las que sin una gota de sangre se pactó la supresión de las fronteras europeas y el nacimiento del euro.En ese nuevo imaginario también se ha instalado casi por azar Bruselas, que acoge la mayor parte de las instituciones comunitarias desde los años 50. Y para los 300 millones de personas que comparten el euro, el termómetro de las hipotecas se sitúa en Fráncfort, la ciudad alemana donde se fijan los tipos de interés.La canciller alemana Angela Merkel intenta ahora que Berlín se cuele en esa cartografía de la paz y se olvide, de una vez por todas, su sombrío pasado como capital nazi y símbolo de la división de Europa. Merkel ha aprovechado su presidencia semestral de la UE para arrebatar a la capital italiana los fastos del 50 aniversario del Tratado de Roma que se celebran el próximo día 25. Maurice Faure, último superviviente de las 12 personas que firmaron aquel texto, ha calificado de 'aberración' que la histórica efeméride se conmemore en la capital alemana.

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