¿Qué puede tener una opa de hostil?
A la luz de los acontecimientos acaecidos alrededor de Metrovacesa de un año a esta parte, quizá habría que redefinir lo que se entiende comúnmente por decisión salomónica. No porque el nudo y previsible desenlace de la tragicomedia inmobiliaria sea especialmente llamativo, sino más bien por lo contrario. Porque la frontera entre propiedad y control de las sociedades cotizadas se hace cada día más delgada y menos perceptible.
El primer accionista de una inmobiliaria y el equipo gestor están varios meses a la greña, con cruce de opas parciales -las opas por el 100% son caras- y al final, ante la imposibilidad de entenderse, deciden partir en dos la compañía, con el minoritario -si es que quedan- como convidado de piedra.
El caso de Endesa es también particularmente llamativo, y no por el espectáculo representado durante año y medio, sino por el hecho de que una empresa que ha mantenido blindajes que limitan los derechos de voto de los accionistas acabe animando a éstos, publicidad mediante, a acudir a la junta general para retirar los susodichos blindajes.
Sirvan estas dos empresas a modo de simple ejemplo, pues prácticas similares se dan en la mayoría de las empresas cotizadas. La diferencia reside en que algunas están en el escaparate de la actualidad y otras no. Como dice el refrán, en todas partes cuecen habas. Y, como señalaba un antiguo directivo de la Comisión de Valores, 'una opa hostil es aquella en la que el que compra no ha convencido al consejo de administración'.
Hostil. La propia palabra es una trampa. Si alguien viene y nos ofrece dinero a cambio de su casa, podemos calificar la oferta de no deseada, no solicitada, o incluso incómoda. Pero a no ser que, como en el cine, nos envíen un pescado muerto, difícilmente podemos decir que una propuesta de aceptación voluntaria es hostil.