El eclipse de Cuevas
Con un savoir faire admirable, José María Cuevas ha anunciado su retirada a partir del próximo mes de junio de la presidencia de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), donde lleva 23 años. Tendría todavía varios años de margen para cumplir el último mandato para el que fue elegido con amplia mayoría, como en todos los anteriores. En esta ocasión pareció que afloraba una alternativa encabezada por Joan Rosell, el presidente de Fomento del Trabajo, la patronal de Cataluña, pero la máquina de Cuevas se impuso una vez más. Ahora se dice que motivos de salud le impulsan a tomar el relevo, pero el margen de que dispone le ha permitido designar sucesor en la persona de Gerardo Díaz Ferrán, el presidente de CEIM, la patronal madrileña, que se ha impuesto en la elección sin mayores dificultades.
Así que, como en las monarquías visigodas, después de 23 años de reinado, el titular de la presidencia abdica y da paso al sucesor que él mismo ha designado. El eclipse voluntario de José María Cuevas favorece el intento de hacer balance. En la prensa se ha optado por la línea del elogio al que se retira, y también los sindicatos Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores se han lanzado a suspirar porque el sucesor siga la línea de diálogo establecida. Se cumple así el proverbio según el cual debemos rogar a Dios porque nos libre del día de los homenajes. Porque en nuestro país casi siempre las pompas son fúnebres o significan el paso a la escala B, donde quedamos arrumbados por el viento de la historia en la playa de la insignificancia, conforme al severo dictamen del inolvidado Julio Cerón.
El caso es que José María Cuevas sustituyó en el año 1984 a Carlos Ferrer Salat, que fue quien inició la andadura de la CEOE. Ha corrido tanta agua debajo de los puentes y hemos padecido tantas sequías más o menos pertinaces que muchos han olvidado la situación de partida en las postrimerías de Franco y en el inicio de la transición. Pero entonces la condición de empresario estaba impregnada de connotaciones negativas y aparecía ligada al abuso. Los empresarios se caracterizaban muchas veces por explotar concesiones del Estado en régimen de monopolio. Además, cuando el negocio que había rendido pingües beneficios dejaba de serlo, lo habitual era que el benemérito Instituto Nacional de Industria se hiciera cargo del mochuelo para que las pérdidas quedaran a cargo del erario público.
En el inicio de la transición la condición de empresario estaba impregnada de connotaciones negativas y aparecía ligada al abuso
Entonces todavía tenía mucha aceptación todo aquello de las plusvalías que se apropiaba el capital arrebatándoselas al sudor de los trabajadores. Pero la época de Ferrer Salat fue también de amplia discrepancia con el Gobierno, entonces de la UCD. En el libro Memoria viva de la transición Leopoldo Calvo-Sotelo recuerda cómo el 18 de febrero de 1981, cuando salía hacia el Congreso para la sesión de investidura, cuya segunda votación interrumpía el golpe de Tejero, supo de una nota de bienvenida facilitada a la prensa por la CEOE en la que se hacían por anticipado advertencias y críticas a su discurso aún no pronunciado y a su Gobierno nonato 'desde una posición increíblemente ciega para los graves problemas políticos y de la crisis económica mundial'.
Por lo que respecta a la larga etapa de 23 años de José María Cuevas que ahora se resume en catarata de elogios, valdría la pena volver los ojos a un momento muy particular: el de la huelga general de diciembre de 1988. Una huelga que contó con el apoyo insólito de la CEOE. Salvo en esa y otras ocasiones contadas, Cuevas tuvo siempre conciencia plena de donde estaba pinado, como dicen en Santander. Fue un impulsor permanente de nuevos avances en el terreno de la flexibilidad laboral y del abaratamiento del despido. Hasta el punto de que durante algunos años el prestigio de un empresario se medía por el número de empleados que había despedido. ¿Se preocupó también de abrir el debate sobre las retribuciones de los altos ejecutivos, sus golden parachutes y sus exorbitantes planes de pensiones? No señor, era un caso de conciencia.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista