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La opinión del experto

Sin remedio, van a la deriva

Juan Carlos Cubeiro asegura que en una actividad de alta competición, como puede ser el fútbol o el mundo de la empresa, la distracción puede suponer un alto coste de productividad

El FC Barcelona tardó seis años (1999-2005) en volver a conquistar el Campeonato Nacional de Liga. El Real Madrid lleva camino, si la fortuna no lo remedia, de pasar su cuarta temporada en blanco. Es un club a la deriva. Más allá de la pasión futbolística, a favor o en contra, ¿qué podemos aprender los directivos de esta situación y cómo podemos aplicarla a nuestras organizaciones?

De lo que hablamos es de un profundo cambio cultural. Desde el año 2000, el entonces presidente apostó por una estrategia de generación de valor a través del marketing. A golpe de talonario, fichó a los más famosos jugadores del planeta con fichas en torno a los 12 millones de euros. En ese proyecto, el valor de la compañía y su generación de ingresos estaba por encima de los títulos. Lo importante eran las giras a Extremo Oriente y Estados Unidos, los derechos de imagen y la venta de camisetas. Hay que reconocer que el plan funcionó: el Real Madrid superó al Manchester United en valor, ganó la novena Copa de Europa y se convirtió en la marca más global de España. La del Madrid es hoy la plantilla mejor pagada del mundo, sin relación alguna entre lo que cobra y los resultados deportivos.

Desde hace casi tres años, no levanta cabeza. Ni con un entrenador elegante (Queiroz), ni con gente de la casa (Camacho, García Remón), ni con un laureado brasileño (Luxemburgo), ni con el del filial (López Caro) ni con un sargento de hierro (Capello). Seis entrenadores, tres presidentes, 300 millones de euros en fichajes, más de 100 millones desde el pasado verano, y se sigue apelando al compromiso por testosterona, que no llega. Un profesional se compromete con un proyecto cuando éste existe. La realidad es que, tras Florentino Pérez, no ha habido proyecto alternativo. Fernando Martín lo intentó desde el presidencialismo clásico, salvando las situaciones del día a día. El abogado Ramón Calderón se ha ido al otro extremo, abdicando en su director deportivo.

Un buen directivo debe ser muy comedido con las expectativas que genera sobre sus colaboradores

Tanto en la empresa como en el deporte el diseño estratégico es indelegable: la alta dirección debe crearlo, comunicarlo, seguirlo. No hay compromiso sin un proyecto definido. El compromiso personal requiere de la credibilidad de los líderes. En una entidad financiera, el primer ejecutivo es responsable de la estrategia; el director comercial y su equipo, hasta los directores de zona, son los responsables de ejecutarla hasta sus últimas consecuencias; los directores de oficina y sus equipos son los responsables de llevarla al día, son los que juegan. En un club deportivo ocurre lo mismo: si el presidente da las ruedas de prensa que corresponden al director deportivo o al entrenador, si el capitán no actúa como tal, es imposible.

En el Barça, el presidente Laporta, Beguiristain, el entrenador Rijkaard o el capitán Puyol cumplen cada uno con su papel. En el equipo blanco, ni el capitán (que no es precisamente el ejemplo a seguir) ni el entrenador (con planteamientos cambiantes y atrapado por la presión) ni el director deportivo ni el presidente tienen un rol definido. No hay compromiso sin reglas aceptadas y asumidas.

Además, el compromiso es la suma de cuatro energías. La primera es física: estar en forma. No podemos olvidar que en la plantilla madridista Roberto Carlos tiene 34 años; Salgado y Helguera, 32; Ronaldo, Beckham y Guti, 31; Raúl, 30 años. Y esta temporada se ha fichado a Cannavaro, con 34; a Emerson y Van Nistelroy, con 31; a Diarra, con 27. En un deporte competitivo, jugando dos partidos de alto nivel por semana, la mayoría ¿no quiere o no puede? ¿Quiénes salvan los partidos? Casillas (25 años), Sergio Ramos (20), tal vez Robinho y Reyes (23). Los que venden camisetas, los famosos, los experimentados, son también los más mayores. El compromiso es también energía emocional: el hambre de títulos.

Los galácticos, por definición, ya han ganado con sus selecciones o con otros clubes. Por tanto, no cuentan con la ilusión de los novatos. Y esto, en la empresa como en el deporte, se paga. Como el talento es capacidad por compromiso, conviene a veces suplir la falta de experiencia con un plus de entusiasmo. No hay compromiso sin unas extraordinarias ganas de triunfar. El compromiso es energía mental. Estar concentrado en lo importante. En los partidos, no en las campañas de publicidad, en las fiestas, en la imagen. En una actividad de alta competición (y la empresarial lo es) distraerse supone un alto coste de productividad. No hay compromiso sin concentración.

Y, finalmente, el compromiso es energía espiritual, de coherencia de valores personales y corporativos con lo que realmente se vive en el día a día, con cómo se resuelven los dilemas, con el ejemplo cotidiano. ¿Cómo se van a comprometer profesionales que llegan a la casa blanca como salvadores y a las primeras de cambio son demonizados? ¿Por qué poner la presión sobre chavales de menos de 20 años? Un buen directivo debe ser muy comedido con las expectativas que genera sobre sus colaboradores, para bien o para mal, porque puede frustrar el potencial.

Que el Madrid salga del atolladero no es cuestión de un fichaje de campanillas, tácticas o asustar a los jugadores. Hace falta un proyecto claro, asunción de roles, estabilidad y calma. En las organizaciones, empresariales o deportivas, los atajos para el cambio no funcionan.

Juan Carlos Cubeiro. Director de Eurotalent

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