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La opinión del experto

El 'genio' de Fernando Alonso

Juan Mateo aconseja a las empresas que cuando seleccionen a sus pilotos no desistan en encontrar talentos prodigiosos, pero que no se dejen cegar por el brillo de la estrella.

Hace unos años, durante un concierto en el Madison Square Garden de Nueva York, un cantante argentino no demasiado conocido en nuestro país, Facundo Cabral, relató una anécdota que me llamó mucho la atención. Al parecer, Cabral se encontraba un día dando un paseo por Roma cuando de repente, al pasar por una plaza, observó a una persona mayor dando de comer a las palomas. La cara le resultó conocida, por lo que se aproximó; fue entonces cuando se dio cuenta que aquella persona no era sino Arthur Rubinstein.

'-¿Es usted quien yo creo?-, le dijo Cabral.

-Yo soy quien usted quiera-, contestó Rubinstein

A nuestro campeón alguien debería recomendarle hacerse con los servicios de un buen 'pepito grillo'

-Usted es el maestro-, añadió el cantante

-No, por favor. Maestro es el que le puso a usted delante de mí y a mí delante de usted. Yo sólo soy Arthur Rubinstein'.

Ese comportamiento es el que siempre he creído que hace subir el peldaño que nos lleva del talento prodigioso a genio. Se preguntarán, probablemente, por qué. La respuesta es muy sencilla: humildad. En mi opinión, es relativamente fácil conocer a un 'talento prodigioso' (los medios de comunicación nos los ponen delante todos los días), lo que seguro resulta más complicado es toparse con un genio.

Es decir, aquellas personas que desde la autenticidad son capaces de asumir que aunque su talento y esfuerzo les ha colocado en lo más alto, no hubiesen llegado a nada sin los demás, son conscientes de todo lo que no saben y lo que les queda por aprender y son capaces de comprender que el mundo sin ellos también funcionaría y seguiría dando vueltas. Parece evidente que estos principios los debería aceptar todo el mundo, pero la realidad nos demuestra, cada día, que eso no es tan frecuente. Todo esto me surge pensando en nuestro flamante bicampeón mundial de Fórmula 1, Fernando Alonso. ¿Quién puede dudar de que Alonso es un talento prodigioso? Creo que nadie. Lo que no sé es si se quedará ahí o podrá dar el salto que le lleve al peldaño de los genios.

Antes de ganar la última carrera que le proclamó, con toda justicia, campeón, realizó unas declaraciones que revelan una tendencia a un egocentrismo muy preocupante. Más o menos vino a decir que lo importante no son los constructores (las marcas), sino los pilotos, ya que ellos son los que ocupan las portadas y el interés del público. Quizá a nuestro campeón alguien debería recomendarle hacerse con los servicios de un buen pepito grillo que le recuerde, de vez en cuando, que sin Renault no sería lo que es. O lo que es lo mismo, alguien que le diga que sin el trabajo y la colaboración de todo el equipo pocos logros se consiguen hoy día, que todas las piezas deben encajar para conseguir el éxito.

Winston Churchill, otro genio, dijo una vez que 'todo ser humano es imbécil al menos diez minutos al día', y añadió 'el truco está en no sobrepasar ese límite'. A ello yo le añadiría que para ser alguien que merezca la pena necesitamos tener a nuestro lado a alguien a quien admitamos que nos diga: 'Estás dentro de los diez minutos', y pensemos que estamos haciendo mal y lo corrijamos. Los talentos prodigiosos, y esto que voy a decir es muy aplicable en el mundo de la empresa, tienen muy a menudo la desgracia de rodearse de personas que sólo les dedican halagos y se ocupan de decirles a todas horas lo guapos, maravillosos y estupendos que son. El problema es que, al final, acaban creyéndoselo, y es ahí donde la humildad, condición sine qua non de los genios, no tiene cabida.

Nadie debería olvidar que, en gran medida, somos el resultado de quienes nos rodean, y si no que se lo pregunten a Rafa Nadal y la inmensa influencia que sus padres y su tío (entrenador) han tenido en el desarrollo de su forma de ser. Rafa es un prodigio que va para 'genio' y eso también se demuestra en el cariño y la admiración que tiene por parte de todos y que está basado no sólo su forma de jugar, sino su manera de ser, que está impregnada de una enorme humildad.

Nando Parrado, uno de los supervivientes de la tragedia de los Andes y la persona que consiguió el rescate de todos sus compañeros, me contó hace tiempo muchas de las cosas que había experimentado en esa situación. Sin embargo, hubo una que me llamó poderosamente la atención. En un momento determinado de nuestra conversación le pregunté qué había sido lo que más le había impactado de todo aquello. Casi estaba convencido de que me contestaría que 'comer carne humana' se llevaba el premio, pero no fue así. Lo que más le impactó ocurrió cuando regresó sano y salvo a su casa de Montevideo. 'Me di cuenta -me dijo- de que durante meses aquella casa, mi mundo y el mundo habían sobrevivido conmigo muerto. Es decir, que mi prescindibilidad era absoluta. Ni el mundo giraba a mi alrededor ni el mundo me necesitaba para vivir. Mi humildad y realismo tuvieron una inyección de adrenalina'.

Quizá algún que otro directivo debería morir a lo Parrado para que se diese cuenta de su auténtico valor, del valor de los demás y de las cosas que son realmente importantes. Quizá así el trabajo en equipo, el liderazgo y todas esas habilidades que tanto buscamos y ansiamos los humanos serían mucho más fáciles de conseguir. Así que, ya saben, cuando seleccionen a nuevos pilotos para su empresa no desistan en encontrar talentos prodigiosos, pero no se les olvide comprobar sin van o no para genios.

Juan Mateo. Presidente de Training Lab

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