Un Presupuesto poco sacrificado
Las cuentas del Estado y la Seguridad Social propuestas por el Gobierno para 2007 son una prórroga actualizada de las vigentes: holgura de ingresos, ligero saldo fiscal positivo, buen trato de la inversión y los programas sociales, creciente pero insuficiente estímulo a la productividad y aparente neutralidad ante la actividad. En una economía abierta a la competencia internacional, fuertemente terciarizada, e incrustada en una zona monetaria óptima, el mejor papel de las cuentas públicas consiste en no tener ninguno relevante, para no dar ni quitar al libre desenvolvimiento de los agentes económicos. La reducción del sector público ha convertido al Presupuesto en un instrumento cada vez menos importante en las políticas de los Gobiernos. Pero no tanto como para despreciarlo; y menos cuando se usa como epicentro de la gestión parlamentaria y los Gobiernos carecen de mayorías sólidas, lo que les proporciona un valor político muy superior a la su trascendencia económica.
El Presupuesto en una economía abierta y global debe ser cada vez menos un instrumento de redistribución de la riqueza, para convertirse en garante de calidad de los servicios que deben seguir alejados del mercado, como la justicia, la defensa, la seguridad, la enseñanza y la sanidad, así como disponer mecanismos para garantizar la cohesión territorial. Para alcanzar tal fisonomía, debe adelgazar de forma considerable, poniendo en revisión todas y cada una de las partidas del vastísimo capítulo de los gastos fiscales, y que muchos de ellos carecen ya de justificación, porque hunden su raíz en demandas interesadas de la España que refleja Berlanga en La escopeta nacional.
Ese sería, sin duda, el camino más corto para proporcionar al Presupuesto un esqueleto austero y anticíclico, que es la demanda más generalizada de los expertos para una economía con variables delicadas -inflación y déficit corriente- y con crecimiento excesivo de la demanda. Intentar un superávit fiscal más generoso con la caja que el que se plantea ahora daría al proyecto un carácter más estructural, pensado para contrarrestar la falta de ahorro privado.
Mientras tanto, con un crecimiento del gasto igual al avance nominal del PIB, y con una factura social poco o nada productiva que camina a ritmo de casi el 9%, el Presupuesto tiene más carácter expansivo que lo contrario, pese a que Pedro Solbes firme por tercera vez con él los números negros en la Administración. Un rosario de procesos electorales en los próximos nueve meses debe tener algo que ver en este diseño.
Un perfil expansivo que se refuerza con la reducción de tipos impositivos del IRPF, compromiso electoral del Gobierno, con un coste para la caja común de 4.000 millones de euros. Esta inyección de liquidez seguramente estimulará el consumo de los contribuyentes, e impedirá que la demanda interna afloje como sería deseable. Hay que recordar que la reforma fiscal se convierte también en un instrumento procíclico poco oportuno. Cierto es que contienen buen tratamiento las partidas de inversión y las ligadas a programas de estímulo a la productividad. Pero si las cuentas públicas quieren contribuir a consolidar un modelo de crecimiento más productivo deben cargar más las tintas en estos programas, restando recursos a los más superficiales.