Crecimiento y productividad
Cuando Estadística revisó las cifras de la Contabilidad Nacional en 2005, con la afloración de unos 40.000 millones de euros de producción anual, recordó también que el salto cuantitativo estaba acompañado de un deterioro cualitativo de la actividad: la productividad se había estancado. El ciclo alcista iniciado en 1996 ha sido muy intensivo en empleo. La reducción normativa del coste laboral por despido y cotizaciones, así como la desfiscalización del trabajo para determinadas franjas salariales, provocó en los últimos años del pasado siglo una explosión de la ocupación y una afloración del empleo sumergido ya existente, con avances registrales superiores al propio PIB, que matemáticamente suponían estrechamiento de la productividad aparente.
Pero esta variable ha sufrido más en los últimos años, cuando la característica fundamental ha sido la generación masiva de empleo en el sector servicios, y mayoritariamente copados por población activa de baja cualificación y coste más asequible. En definitiva, la explosión de la inmigración y su llegada al mercado de trabajo ha sustituido las reformas laborales reales, en las que sólo se han dado retoques ornamentales, pero no cambios de calado que reactiven el empleo.
Esta combinación de gran cantidad de empleo con cualificación poco consistente se ha saldado con un aplanamiento de la productividad, sólo salvada en la industria con notable componente tecnológico. La construcción, más generosa en proyectos residenciales que en obra pública, ha restado productividad, como lo han hecho la hostelería y otros servicios, en los que el coste laboral unitario ha repuntado con fuerza. No se puede mantener indefinidamente un modelo de crecimiento basado en actividades que lastran la productividad, porque reducirán su presencia en los mercados en competencia. Las políticas públicas deben establecer líneas que estimulen la inversión productiva, la cualificación técnica y profesional y la tecnología para invertir la peligrosa tendencia de la economía.