Paisaje después de la catástrofe
Hace un año asistíamos horrorizados a la ola de incendios que devastó Portugal. Costaba entender las causas de semejante catástrofe, ante la que el país vecino se declaró impotente y en la que finalmente contó con ayuda de la Comisión Europea y de España. Portugal vivió un verano negro que venía a completar un decenio nefasto en materia de incendios forestales. Doce meses después ha sido la vecina Galicia la que ha sufrido el embate del fuego, como por desgracia ocurre cada verano. Pero esta vez se ha vivido una quincena dramática que ha arrasado bosques, pastos y casas y que ha frustrado las expectativas de muchos gallegos y veraneantes.
Al margen de cuántas hayan sido las hectáreas quemadas -la Comisión Europea estima que los incendios superiores a 50 hectáreas quemaron 86.232 hectáreas entre el 31 de julio y el 14 de agosto, una cifra algo mayor que la estimada por la Xunta, que habla de 77.000 hectáreas, y notablemente menor a la ofrecida por el PP, que cifró en 175.000 hectáreas la superficie quemada- la magnitud de la catástrofe y la constante repetición de incendios en esa comunidad obligan a preguntarse muchas cosas. Sobre todo si estas tragedias se pueden evitar.
El presidente de la Xunta ha insistido en la 'intencionalidad' de muchos fuegos, por los que se ha detenido ya a 30 personas que, en buena parte, eran 'conscientes' y 'plenamente responsables', con 'voluntad de dañar', de quemar el monte, según Pérez Touriño. El brazo de la ley debe ser inflexible contra estas personas si se demuestra su culpa, pero debe ir más allá en la búsqueda de posibles inductores que busquen un beneficio, sea cual sea, con los incendios.
Además, hay que reducir los riesgos en los bosques limpiándolos con frecuencia, mejorar la coordinación de las Administraciones y evitar la especulación con los suelos quemados. La creación de una unidad del Ejército contra todo tipo de catástrofes es un paso en la buena dirección.