Líbano, un desarrollo truncado por la guerra
Una reciente publicación del FMI, fechada el 17 de julio, incluía un estudio titulado: Líbano desafía la gravedad. En él, los autores se congratulaban de la buena marcha de la economía libanesa, pese a la enorme deuda que arrastra -un 180% del PIB- y la convulsión política provocada por el asesinato en 2005 del ex primer ministro Rafik Hariri. Al FMI no le dio tiempo de retirar la publicación y cuando llegó a la calle, hacía ya cinco días que el aeropuerto de Líbano había sido atacado por la aviación israelí, así como el puerto y otras infraestructuras vitales para la economía.
En un momento, todos los análisis quedaron desfasados. El ministro de finanzas libanés, Yihad Azur, rebajó las previsiones de crecimiento para 2006 de un 6% a un 3%. El millón y medio de turistas que se esperaban -la mejor cifra en 30 años- se esfumaron junto con los 2.500 millones de euros que se calculaba que iban a gastar. La banca, uno de los pilares del país, se afana en mantener sus reservas para evitar una devaluación de la moneda.
Que la historia se repite es una frase tópica que en el caso de Líbano es cruelmente cierta. En 1975, cuando el país era una de las economías más prósperas de la región, con una imponente red financiera -no en vano la llamaban la Suiza de Oriente Próximo-, explotó una cruenta guerra civil que duró hasta 1991. Jamás el país volvió a los niveles anteriores a 1975.
Sin embargo, el multimillonario y pro occidental Rafik Hariri, elegido primer ministro en 1992, logró levantar la economía y reconstruir el país. Líbano recuperó, gracias a la buena imagen del político en Occidente y sus relaciones con la familia real saudí, parte de la potente banca de antaño.
Junto al negocio que supuso la reconstrucción del país y el aumento del turismo que, a su vez, impulsó el comercio, Líbano logró un crecimiento medio de 1991 a 2004 de un 6,3%. Hoy, la banca, el pequeño comercio y el turismo son tres cuartas partes del PIB. A pesar de que en los tres últimos años la economía alcanzó un superávit por encima del 1% del PIB, la costosa reconstrucción de un país devastado por 10 años de guerra aún provoca que las arcas del Estado arrastren una inmensa deuda pública de casi 40.000 millones de dólares.
El fantasma de la crisis económica volvió a Líbano tras el asesinato en febrero de 2005 de Hariri. Sin embargo, el país logró resarcirse y las previsiones en 2006 eran francamente buenas. Pero la guerra no declarada que sacude la región amenaza con volatilizar los 50.000 millones que se invirtieron en reconstruir el país.
Un Plan Marshall para el país
Acabe como acabe el conflicto e independientemente de si Israel y Hezbolá ponen fin a los ataques, Líbano necesitará, aparte de la ayuda humanitaria, algo parecido a un Plan Marshall para reconstruir el país. Por el momento, el rey de Arabia Saudí, Abdulla Bin Abdualaziz, ya ha anunciado que contribuirá a la reconstrucción con 1.172 millones de euros. El Consejo de Ministros de Kuwait, prometió 234 millones para el mismo fin. El gran problema de Líbano es que la capacidad de endeudamiento del país es muy limitada, pues arrastra una abultada deuda (180% del PIB). El FMI había previsto que en 10 años la deuda podía reducirse por debajo del 100%, pero no contaba con que tres semanas de ataques israelíes causarían pérdidas en infraestructuras por 1.660 millones. A pesar de las millonarias pérdidas económicas, el gobernador del Banco del Líbano, Riad Salameh, quiso dar la semana pasada un mensaje de confianza. Aseguró, en una entrevista al periódico francés Le Tribune, que de los 64.000 millones de dólares en depósitos que había al inicio de la guerra, 'sólo 1.000 millones habían salido al extranjero'.