Final de película para Enron
Kenneth Lay no pisará la cárcel. Al menos, no como condenado por fraude y conspiración, lo que le supondría 15 años de cárcel si hubiese sobrevivido al día de ayer. Falleció de un infarto en su residencia de descanso de Aspen, Colorado, uno de los retiros montañosos más exclusivos del mundo.
Quizá había bajado los brazos ya. Al contrario que Jeff Skilling, el otro de los principales acusados por la quiebra de la empresa comercializadora de energía, Ken Lay no había apelado. Esperaba pacientemente su ingreso en prisión. Pasan más de cinco años ya del colapso de aquel gigante que, aunque nadie sabía muy bien a qué se dedicaba, acumulaba parabienes como ninguna otra empresa de la época.
Ganaba dinero Enron y ganaba dinero Lay. De eso se trataba, de que las empresas y la gente gane dinero. En aquella época el fin justificaba los medios y, para qué engañarse, en esta época el fin sigue justificando los medios, lo único que los medios han tenido que ser modificados como consecuencia de los lodos de cinco años atrás.
Parecía, así, que al igual que Terra volvió al seno de Telefónica de donde salió para cerrar el círculo y, así, abandonar el mundo de las empresas y ser, sólo, un icono, el juicio a Ken Lay era la apostilla de la etapa de los chicos malos de Worldcom, Enron y demás. Una insuficiencia cardiovascular ha añadido más dramatismo a la historia.
Uno de los símiles utilizados para definir a Enron era la caja negra. Un sitio donde entraba, se movía, y salía dinero, sin conocerse qué pasaba dentro. La semana pasada en las cortes estadounidenses volvió a escucharse esa expresión. Y no era para hablar de Enron, sino para aludir al mercado de hedge funds. Una industria de la que lo más que se puede decir es que es distinta al resto y que su opacidad impide saber a qué se dedica exactamente.
Posiblemente la próxima Enron esté en un hedge fund. O en otro sitio. Pero habrá otra Enron y otro Lay, pues con dinero de por medio la ley y la ética son, a veces, una simple valla que franquear.