La UE necesita abrirse al futuro
En el momento de la historia con mayor grado de globalización económica y social, algunos de los miembros más veteranos de la UE quieren embarcarse en un estéril viaje de introspección. Francia y Austria, entre otros, abogan por una actitud defensiva y amedrentada ante los avatares que agitan actualmente la escena internacional. Como consecuencia, los veinticinco líderes comunitarios, reunidos el jueves y el viernes en Bruselas, dieron la patética impresión de un envejecido club que se encierra en sí mismo para protegerse de los vientos de cambio que soplan en el exterior.
Frente a los países del Este de Europa y de los Balcanes que aspiran a abrirse un hueco en la UE, los 25 responden con un nuevo criterio 'de absorción', que supedita futuras ampliaciones a la propia preparación del club y no a la de los candidatos. Ante el dramático éxodo de trabajadores que imploran una oportunidad laboral en los mercados comunitarios, el presidente de turno de la UE, el canciller austriaco Wolfgang Schusell, se despacha con un discurso populista y casi xenófobo.
Los 25 dicen adoptar ese ultramontano discurso como respuesta a la inquietud expresada por la opinión pública, cuyo ariete fue el voto negativo de Francia y Holanda contra la Constitución europea. Pero, al tiempo, se niegan a abordar asuntos tan candentes en toda Europa como la irracional sangría de 200 millones de euros anuales que supone mantener a la vez dos sedes del Parlamento europeo (en Bruselas y en Estrasburgo). El alarmante silencio sobre temas como estos convierte en ridículo el epígrafe 'Europa escucha' que la presidencia austriaca incluyó en las conclusiones de ayer.
Difícilmente podrá verse reflejada la Europa de los ciudadanos en alguna de las 60 conclusiones que aprobaron ayer los 25. La opinión pública, incluida una buena parte de los votantes del no en los referéndums sobre la Constitución, está reclamando una respuesta europea a retos globales como la dependencia energética, el desarrollo sostenible o la inmigración.
El problema de Europa no es tanto de opinión pública, como de líderes timoratos y paralizados por el vértigo de la globalización. Por ello resulta esperanzador que se haya puesto en marcha una política energética comunitaria para negociar con terceros.
En esa misma línea esperanzadora está que el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que en esta cumbre ha aumentado sensiblemente su protagonismo, empiece a desmarcarse de la vieja escuela comunitaria que ahora representa Jacques Chirac. Zapatero, como antes hiciera Tony Blair con la energía, ha conseguido que la inmigración se convierta en una prioridad de la UE. Frente a los discursos de la emigración como problema, Zapatero habla de cooperar con 'un continente tan castigado como África'. Y frente a los blindajes que quieren levantar otros líderes, el presidente español advirtió ayer que 'Europa necesita crecer políticamente y abrirse, no replegarse en sí misma'. Si lo hace con confianza, descalabros como el de la Constitución parecerán meros tropiezos en la construcción de una Europa con voz en el mundo.